XXXVII. Dos personas, una vida

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Los días se sentían casi normales con Cristina en Seattle; comíamos juntas si no había cirugías, llegábamos juntas a casa. Todo se sentía tan... cotidiano. Pero yo mejor que nadie sabía que la felicidad es efímera.

Sabía que se iría, siempre supe que no se quedaría. Su lugar esta en Suiza, en la cabeza de un gran hospital. Pero tenía miedo de preguntar cuando era la fecha en la que todo terminaría. No estaba lista para iniciar mi cuenta hacia atrás, hasta el día que se marchara.

—Estoy muerta —se acostó en la cama y cerré la computadora donde leía algunos documentos para escucharla— tuve una cirugía larguísima.

—¿Y que tal?

—Un éxito —volteo a verme y sonrío.

—Bueno, tienes todo el día para descansar —la animé— tu turno terminó y aún es temprano.

—¿Y tú? —se acostó boca abajo para verme mejor.

—¿Yo qué?

—¿Ya no irás al hospital hoy?

—No, terminé hace algunas horas. Tenía pocas cirugías.

—Deberíamos de hacer algo —sugirió.

—¿Qué tienes en mente?

Mi teléfono que estaba sobre la cama se iluminó y comenzó a sonar.

Cristina se volteo para checar y suspiró.

—Definitivamente ir al hospital no estaba entre mis opciones.

Fruncí el ceño y me estiré por el teléfono.

Una llamada de Miranda.

—Miranda ¿Qué pasó? —contesté cuando tenía el teléfono en mi oído.

Meredith, dios, que bueno que contestas.

—¿Qué pasó? ¿Todo bien?

Necesito que vengas al hospital y traigas a Cristina contigo —habló desde el otro lado de la línea.

—¿Qué? —me puse de pie— ¿Por?

Llego un caso —suspiró— ... grave. Ustedes son su mejor oportunidad.

Voltee a ver a Cristina, quien ya se estaba colocando unos tenis.

—Bien, no tardamos.

[...]

Manejé lo más rápido posible; no tardamos mucho en llegar al hospital.

Entramos mientras nos amarramos el cabello.

Llegamos a la sala de titulares y comenzamos a cambiarnos para colocarnos la pijama quirúrgica.

—Definitivamente creí que íbamos a hacer todo menos esto —comenté mientras me colocaba la gorra quirúrgica.

—Somos dos —rio— pero tampoco esta tan mal. Vamos a operar juntas.

—Algo nuevo —la vi— me agrada la idea.

—Voy a operar con la famosa Meredith Grey —bromeo.

—¿Qué dices? Yo operaré con la gran doctora Yang —sonreí— Cardióloga y jefa de cirugía en Suiza.

—Doctoras —entró Helm— lamento interrumpirlas, pero su quirófano está listo.

Nos pusimos de pie y caminamos a la salida.

—Nuestro quirófano —susurré.

Ahogo una risa y me empujó.

Salimos en dirección al quirófano 2. A medida que caminábamos todos nos volteaban a ver, algo no muy usual, pero tampoco extraño. Llegamos y comenzamos el lavado de manos. Estaba un poco emocionada y... nerviosa. Operar con Cristina después de todos estos años era emocionante, algo nuevo. Cuando terminamos me volteo a ver y sonrío ligeramente.

Estaba sintiendo lo mismo que yo.

Al entrar volteé hacia arriba; de reojo vi que ella hizo lo mismo. La galería estaba abierta y llena. Internos, residentes, especialistas y amigos.

El corazón me latió con fuerza contra el pecho cuando la vi a través del vidrio, sentada en la primera fila.

El pequeño porcentaje de nervios que tenía se evaporó con tenerla ahí. Sentada, esperando... por mí.

Comenzaron a ponernos los guantes y todo el material esterilizado para poder comenzar.

Suspiré y tomé el bisturí.

Llegas tarde —regañaron por el interlocutor.

Lo siento, me mandaron por unos estudios —contestaron.

Casi te lo pierdes

¿Perderme de ver a la dra Grey y a la dra Yang operar juntas? Jamás.

Reí por debajo del cubrebocas, al igual que la mujer frente a mí.

Tenía mis sospechas sobre si se había corrido el rumor de que íbamos a operar juntas.

Resultaron ser ciertas.

Supongo que tampoco tenían idea de que los micrófonos estaban encendidos.

—Addison ¿Podrías apagar los micrófonos, por favor?

Me sentía tan cómoda que caí en cuenta hasta que estaba dicho.

Addison.

Nunca le había dicho por su nombre frente al personal del hospital, a menos que fueran amigos cercanos.

Cristina lo notó y me vio por algunos segundos, para después volver su vista al paciente.

Subí mi vista hasta la galería y la vi riéndose; sus codos estaban sobre sus rodillas y estaba inclinada hacia adelante para no perderse el más mínimo detalle.

Se rio mientras me veía.

Se puso de pie y caminó hacia el control.

Por supuesto, Meredith.

Cuando volvió a su asiento asintió levemente.

Y volví a nuestra cirugía.

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