LXIII. La peor manera de herirnos

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Al parecer trabajar sin distractores funcionaba bastante bien, había hecho muchísimas cirugías estos días.

Quise ir a Joe's mas de una vez, pero mi limite a quedarme en casa. Pues existía la alta probabilidad de encontrarme a alguien del hospital ahí.

Estaba en uno de los únicos dos lugares en los que podías encontrarme en los últimos días; algún quirófano o en mi oficina.

Después de una jornada de cirugías de emergencias, estaba en mi oficina checando algunas cosas en mi computadora cuando oí que la puerta se abrió bruscamente. No podía ser mi interna, pues se había regado el rumor de que estaba insoportable, así que ningún interno tendría la osadía de abrir la puerta sin antes tocar.

Alcé la vista de la pantalla de la computadora para verla después de varios días.

Entró a la oficina y cerró la puerta con fuerza.

—Esto no puede seguir así, Meredith —dijo mientras caminaba hacia mí.

No estaba del mejor humor y mucho menos para verla a ella. Era tarde y no había cirugías, así que solamente quería estar sola.

Me puse de pie para verla de frente.

—¿Acaso no entendiste que no necesito que me estes molestando? —me crucé de brazos.

—¡Solamente estoy tratando de ayudarte! ¿Por qué no puedes entender eso?

—¡Nadie te pidió tu ayuda, Addison!

—¿Por qué de pronto te comportas así? —dejó su enojo de lado y preguntó preocupada—. Estamos saliendo, es normal que me preocupe por ti.

—¿Saliendo? —reí.

—No entiendo el motivo de tu risa, Meredith —movió la cabeza confundida—. Traté de darte tu espacio, pero de unos días para acá ya no te reconozco.

—No me hagas quedar como la mala —advertí—. Porque no lo soy.

—¿insinúas que yo lo soy? —preguntó molesta.

—¿Sabes qué? —me quité de detrás del escritorio—. Me molestas —comencé a caminar hacía la puerta.

Me tomó del brazo bruscamente y me jaló tan fuerte que me tambaleé cuando estuve frente a ella.

—¡¿Qué te pasa?! —me solté bruscamente.

—¿Qué me pasa? ¿Eres tan osada como para preguntar eso? —se rascó el puente de la nariz—. ¡Me molesta tu actitud! No sé qué te pasa.

—Dejémoslo aquí, Addison. No quiero seguir hablando contigo —traté de calmarme y me di la media vuelta para marcharme.

Me tomó bruscamente de la cintura y me acorralo contra el escritorio.

Sus labios no tardaron en estamparse en los míos, y por más que sus besos era increíbles en estos momentos la estaba odiando.

—¡Suéltame maldita infiel! —la empujé lejos de mí.

—¿Qué dijiste?

—Por favor ¿ahora vas a tratar de negarlo? —me separé del escritorio—. La gente habla. No seas tan sínica para negarlo.

—¿Así que de eso se trata?

—Los rumores corren, Addison —musité enojada—. Los internos hablan.

—¿Así que la palabra de ellos pesa mas que la mía? ¿Ni siquiera tengo la oportunidad de darte mi versión? —se cruzó de brazos.

—No... pero también te vi saliendo de la sala de descanso con un doctor de neurología —dije decepcionada—. Y eso no hay manera de que lo niegues —me paseé alrededor de la oficina mientras ella se mantenía callada—. Ni siquiera sé porque creí que eras diferente.

—Repítelo, Meredith —me volteó a ver con los ojos cristalinos.

Me acerqué a ella con un nudo en la garganta y me planté firmemente frente a ella.

—Engañaste a Derek —susurré para ambas—. Engañaste a Mark —noté la sorpresa en sus ojos, pero no dijo nada—. Si, Addison. Lo supe —se mordió la mejilla internamente—. ¿De verdad fui tan tonta para esperar que ese patrón no se repitiera? —di una vuelta alrededor de ella—. ¿Fui tan ilusa para creer que no me engañarías? —me acerqué por detrás a su oído—. La gente como tú jamás cambia.

—No sabes las ganas que tengo de golpearte —ahogó un sollozo—. Pero estas manos —las alzó— valen una fortuna como para arruinarlas contigo.

Me mantuve en silencio porque honestamente, quería creer que todo era un mal sueño. Que jamás la había visto salir de ese cuarto con aquel hombre y que, en su lugar, estábamos tan bien como antes.

—¿Sabes algo? —se agachó a mi altura—. En el fondo sigues siendo la misma interna insegura por más que te esfuerces en ocultarlo —me miró y una lagrima descendió por su mejilla—. Pero no es tu culpa, es de toda la gente que te ha abandonado a lo largo de tu vida.

—Vete al diablo —musité molesta.

Se rio sínicamente y comenzó a caminar hacía la puerta, la abrió y antes de salir volteó.

—Yo soy Satanás ¿lo olvidas? —se limpió las lagrimas bruscamente y cerró la puerta, dejándome sola y destrozada.


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