XLVI. Intensidad

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Las calles de New York se extendían ante mis ojos a medida que avanzábamos y el sol perdía intensidad. Los grandes edificios se alzaban alrededor, la gente pasaba y las luces comenzaban a encenderse, apenas unas cuantas, pues el sol seguía en el cielo.

No sabía a donde íbamos, pero tampoco quise preguntar a pesar de que la curiosidad me estaba matando. Supongo que quería que fuera sorpresa, así que decidí simplemente seguirla.

Los edificios eran enormes. Pero este no tenía comparación; altísimo y con una extensa historia detrás.

—Llegamos —Addison abrió la puerta del coche y me extendió su mano, la tomé y salí del coche solamente para admirar la gran edificación que tenía frente a mí; el empire state.— Vamos, esta no es la mejor parte.

Entramos al edificio y había muchísimos turistas esperando subir. Addison se apartó unos segundos de mí y se acercó a un hombre de uniforme formal que estaba a unos cuantos metros de nosotras. Intercambiaron un par de palabras y el asintió. Ella dio la media vuelta y caminaron hacia mí.

—Por aquí—señaló y nosotras lo seguimos.

Caminamos hasta el elevador y subimos. Las puertas se cerraron, dejando al hombre afuera.

—¿No le temes a las alturas, verdad? Olvide preguntarte —preguntó una vez que estuvimos solas— Porque si es así dime, te lo prometo que no hay problema.

Reí por su preocupación y contesté:

—No, no tengo acrofobia.

—Bien —sonrío y asintió—. Quiero ver esto contigo.

—Y con veinte personas más — bromeé—. No quiero arruinar tus planes —miré al techo—, pero ¿viste la cantidad de gente que hay allá abajo? Más la que está aquí.

Ella rio y volvió la mirada hacía mí.

—¿Quién dijo que vamos al piso ochenta y seis?

Las puertas del elevador se abrieron y la ciudad entera apareció ante mis ojos.

Caminé fuera del elevador asombrándome con la vista desde aquí; la ciudad a través de los enormes cristales que rodeaban la habitación vacía.

Me acerqué con cautela y puse la mano sobre el cristal, disfrutando de la altura.

La puesta de sol había comenzado; el cielo adquiría sus característicos colores rojizos, leves morados y algunos azules.

Las nubes adornaban el paisaje y la mujer a mi lado admiraba lo mismo que yo a través del cristal.

Suspiró y puso su mano sobre la mía.

Pasaron los minutos y yo no me cansaba de admirar el cielo y del calor que desprendía su mano sobre la mía.

El sonido del elevador nos hizo dar la vuelta y de dentro salió un hombre alto y que portaba un traje azul marino.

—Doctora Montgomery, es un placer conocerla.

—Un gusto —estrecharon sus manos— Doctora Meredith Grey —me presentó y correspondí a su saludo.

—Por supuesto ¿Cómo no conocer a la ganadora del Catherine Fox? —mencionó aun estrechando mi mano.

—Bueno, no hay mucho que decir —sonreí ligeramente.

El hombre sonrío y recibió una llamada muy breve. Cuando colgó las puertas del elevador se abrieron y Addison tomo mi hombro y entramos al elevador juntas.

—Es un placer tenerlas aquí. Disfruten.

Las puertas nuevamente se cerraron y cuando estaba lista para el descenso el elevador ascendió.

Pasaron algunos segundos hasta que se abrió nuevamente y una ráfaga ligera de viento me golpeo.

—Piso ciento tres, Mer.

No había cristal ni una gran reja.

Era pequeño, y solo una pequeña barandilla nos separaba del vacío.

Avancé y apoyé mis manos en el frío metal.

La vista era sencillamente majestuosa e inigualable. No había vista que se le comparara. Los colores del cielo habían adquirido más intensidad.

Y ella combinaba con el cielo. Con su melena rojiza y sus ojos azules.

Jamás me cansaría de ver esto. Fácilmente podría pasar horas admirando el panorama.

Me abrazó por detrás y apoyó su cabeza en mi hombro.

—¿Cómo? —susurré.

—Suerte.

Me reí de su respuesta y junté nuestras cabezas.

El ocaso se hacia presente enfrente de nosotras.

Solas, en uno de los puntos más altos de la ciudad y a más de trecientos metros del suelo, dos mujeres estaban disfrutando de esto tan reciente.

Solo ella y yo.

Tan vulnerables y expuestas.

Estaba viviendo uno de los mejores momentos de mi vida, y era muy consciente de ello.

Suspiré y disfruté de tenerla aquí, junto a mí, viendo el sol ocultarse. Nuestras respiraciones fusionarse con el aire y con sus manos sobré mi cintura.

Olvidé muchas cosas en ese momento.

Solamente consciente del ahora.

Volteé para verla y sus ojos celestes me miraron con ternura.

Solo pude sonreír y admirar con detalle su rostro desde mi perspectiva, para grabarlo en mi mente, esperando que el recuerdo me dure al menos una vida.

Besé su frente y volví mi vista al cielo frente a nosotras, deseando que el final aún estuviera muy lejos.

The lastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora