LVI. Silencios a tu lado

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La noche había caído, obligándonos a entrar a la casa. Los niños querían seguir jugando, lógicamente. Pero al cabo de los minutos se dieron cuenta que estaban algo cansados como para seguir jugando. Así que simplemente se sentaron en el sofá a descansar un poco. Además, la temperatura había bajado considerablemente, así que la calidez del hogar era reconfortante.

Después de que descasaran un rato, los mandamos a bañar. Ahora para que no pasaran frio, pues conforme las horas avanzaran, el clima seguiría bajando.

Mientras los niños tomaban una ducha, yo le ayudaba a Ellis con el baño.

Addison se había quedado abajo ordenando la comida.

Y finalmente, después de unos quince minutos terminamos.

Vestí a Ellis y fui a ver cómo iban los demás.

Previamente había sacado ropa para Henry, pues no estaba previsto todo lo que sucedió el día de hoy y Addison no había traído ropa extra apara Henry, así que le preste algo de Bailey.

—¿Puedo pasar? —pregunté desde fuera.

—Si —contestaron al unísono. Empujé la puerta y entré.

La imagen me dio mucha ternura; Henry se veía muy lindo con la ropa de Bailey. Ambos estaban con el cabello húmedo mientras jugaban con las figuras de acción.

Pensé que Addison, al igual que yo, amaría esta imagen.

—¿Todo bien?

—Si mamá, gracias —respondió Bailey y volteé a ver a Henry, esperando su respuesta.

—Si, gracias, Meredith —respondió.

Conforme en tiempo había pasado, Henry poco a poco era cada vez menos tímido conmigo. A comparación de antes. Y eso me daba gusto, aunque supongo que aún faltaba un poco más.

Después de checar a los niños fui a ver a Zola. Cuando vi que estaba cepillando su cabello, bajé a ver a Addison.

—¿Y bien? —pregunté cuando la vi sentada en la sala.

—Pedí hamburguesas para los niños ¿está bien?

—¿Para los niños? —me senté a su lado— ¿y nosotras vamos a comer aire o cómo?

—No... —contestó después de reír— Pedí pasta.

—Pasta... me parece bien.

—¿Y los niños? —preguntó mientras se recargaba en el respaldo.

—Henry y Bailey están jugando en su cuarto —informé.

—¿Y Zola y Ellis? —traté de disimular mi sonrisa.

Dentro de lo que cabe, su pregunta me sorprendió. Pensé que solo quería saber sobre su hijo.

—Zola en su cuarto y Ellis está viendo caricaturas en mi habitación.

Pareció estar satisfecha con la respuesta, así que cerró los ojos un par de segundos para descansar.

Había sido un día divertido, pero también agitado.

Tiró la cabeza hacia atrás, de manera que su mandíbula se acentuó mas de lo normal.

Me dediqué a recorrerla con la mirada; sus acentuados pómulos, su nariz perfectamente equilibrada, sin llegar a ningún extremo. Sus parpados se mantenían cerrados, permitiéndome apreciar sus largas pestañas.

—Ven... —murmuro con los ojos cerrados mientras me alzaba el brazo para abrazarme.

Tal vez las cosas ya no eran tan nuevas entre nosotras, o a lo mejor sí. Pero aún me ponían nerviosas algunas cosas, incluso un abrazo.

Pero lo cierto es que no era un abrazo cualquiera. No era lo mismo que saludarla cuando la encuentro. Ni siquiera como un abrazo después de recibir un regalo. Era algo aún más intimo que eso.

Sonreí, aunque ella no lo notó. Y después me acerqué a ella y apoyé mi cabeza cerca de su clavícula mientras mi mano izquierda pasaba sobre su torso y la tomaba por la cintura. Para después bajar su brazo y abrazarme.

No dijo nada por algunos minutos, pero no me molestó su silencio.

Me gustaba escucharla hablar, de lo que sea en realidad. Me agradaba su voz, cuando hablaba de sus cirugías, de Henry, de sus viajes, cualquier cosa. Pero también disfrutaba de pasar silencios a su lado, porque no se trataba de estar hablando todo el tiempo, también el silencio era agradable. Cada una en sus pensamientos, pero estando. Escuchando a la otra respirar, suspirar. O hasta escuchando su corazón latir. Lo que sea, porque el silencio nunca era absoluto. Solo había ausencia de nuestra voz.

Nos mantuvimos calladas, disfrutando del entorno y del momento.

Addison escuchaba mi respiración y yo la suya, además de los latidos de su corazón. De vez en cuando, las risas de los niños o sus pisadas.

Sentí como movió su mano y la depositó en mi cabeza, donde comenzó a hacer pequeños masajes.

Después de algunos minutos alcé la vista con una sola idea en la cabeza.

Cuando la miré, ella enderezó la cabeza para verme. Está vez no pensaba resistirme, y estaba tan encantada con ella que quité la mano que descansaba en su torso y con ella acuné su mejilla y después de admirarla un par de segundos, me acerqué rápidamente a besarla.

Ella movió su mano a mi nuca y me atrajo más a ella, aún sabiendo que no era posible.

Su mano se enredó en mi cabello, estrujándolo con fuerza, mientras yo tomaba su cuello con la desesperación de no dejarla ir. Quería tenerla así, la mera idea de alejarnos ahora era impensable. Sus labios sobre los míos, su mano en mi cabello y el cosquilleo en el estómago, todo, era la combinación perfecta para olvidar que los niños estaban arriba y podrían bajar en cualquier momento. Pero sus besos tenían la cualidad de aislarme del mundo exterior y solo sumergirme en ellos. Incapaz de pensar en otra cosa que no fueran sus labios.

The lastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora