Capítulo 30 Tifón

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POV MAXIMILIANO O’CONNOR WALTON

Había pasado una hora desde que comencé a trabajar con Mirta en mi estudio.

—Baja tus pies de mi silla—, gruñí, la muy tonta se había acomoda como si estuviera en su propia casa, mientras estaba sentada en unas de las sillas delante de mi escritorio mantenía sus pies encima de la otra.

Mirta no me hizo caso, así que me puse en pie rodeando el escritorio.

La sonreí para luego echar mano de la silla quitándola de sus pies. Ella me miró con cara de pocos amigos, volví a tomar asiento retomando lo que hacía, cuando de pronto…

…Ella colocaba sus piernas desnudas encima de mi escritorio, esbozando una sonrisa ladina, llené mis pulmones de aire conteniéndome para no subirla sobre mi escritorio y nalguear ese culo.

***

Bostecé cansado, miré la hora en el reloj sobre mi escritorio, marcaban las ocho de la noche.

Mirta mantenía su cabeza recostada sobre el espaldar de la silla y sus piernas sobre mi escritorio, cubriendo su cara con un libro mientras dormía; dejó de trabajar una hora y media después de haber comenzado quedándose dormida.

<<Y así es capaz de reclamar un pago, la holgazana>>

Me puse en pie rodeando el escritorio, quité el libro de su cara despertándola.

—Vamos a cenar—, anuncié dejando caer el libro sobre su cara nuevamente.

—¡Oye! —, chilló quejándose.

POV MIRTA DAVIS

—Cuando dijiste vamos a cenar, pensé que era a cenar—, espeté.

—¿Cómo cenaremos sino preparamos la cena primero? —, respondió sacando algunos ingredientes del refrigerador.

—Me quiero ir al departamento de Azumi—, solté.

—Sabes perfectamente que es imposible, el cielo se cae a pedazos, ningún medio de transporte está circulando en la ciudad—, informó él.

—Sabias que esto pasaría y aun así me trajiste aquí en contra de mi voluntad, quiero marcharme—, escupí.

Max cerró la puerta del refrigerador de un puertazo.

—Si hubieses querido marcharte, lo hubieras hecho—, aseveró encarándome.

—¿Cómo? —, dije.

—En el estacionamiento del edificio, saliste del auto y en vez de cruzar la calle y tomar un maldito taxi decidiste entrar a la recepción de este edificio, así que no me vengas con pataletas estúpidas, si te quieres largar la puerta está abierta, no correré detrás de ti, puedes marcharte cuando quieras—, ladró.

Me quede en silencio.

—Dúchate, prepararé la cena—, ordenó, —Así desapareces de mi vista un segundo—, agregó dándose la vuelta, colocando un sartén sobre la estufa ignorando mi presencia olímpicamente.

Lo miré un segundo evaluando en mi cabeza cuántos años duraría recluida en una penitenciaría si lo golpeaba en la cabeza con el mismo sartén que sostenía en su mano.

—Si vas a matarme, hazlo ya, si no lo harás, deje de torturar tu mente con ello—, bramó como si escuchara mis pensamientos.

Salí de la cocina sintiendo mis orejas calientes.

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