Capítulo 44

7.2K 409 9
                                    

POV MAXIMILIANO O'CONNOR WALTON

—Bienvenido— anunció la matrona.

La miré sin expresión, la furia que me cargaba no me deja ni respirar.

—Maximiliano, por favor, no maltrates mucho a mi chica, mirá que luego los clientes se quejan si las putas están marcadas—, pidió ella.

—Esto es un prostíbulo, llenos de putas y sumisas, si quieren a una Miss universo creo que saben dónde conseguirlas, no me jodas con tonterías—, escupí deteniéndome delante de mí cuarto.

—Es tu responsabilidad como amo velar por el bienestar de tus sumisas, vienes demasiado alterado, lo mejor será que te vayas a tu departamento y regreses mañana—, aconsejó.

—No iré a ningún lado así que abre la maldita puerta y déjame en paz que quiero follar—, ladré golpeando la puerta.

—Tu no quieres follar, lo que quieres es azotar, golpear, torturar y hacer sufrir a mis chicas, no permitiré que tús problemas acaben con mi negocio—, recriminó Zamora.

—Si tienes un problema con lo que hago puedes entrar y tomar su puesto—

Ella suspiró.

—Abre la puerta que pare eso pago membresía—, ordené.

Luego de ver a Mirta largarse detrás del moribundo, fue como recibir una descarga de doscientos volteos, nunca conocí a una mujer tan estúpida como ella. La necesidad de castigar me invadía, le di la oportunidad de que ella me demostrará si quería exclusividad, pero prefirió irse con otro a que elegirme a mi sobre todo, una vez más quedaba demostrado que de esa mocosa no podía esperar nada.

Era tan simple, solo debía de quedarse y dejar que el guardaespaldas se marchará, sin embargo, Mirta se empeñaba en hacerme enojar y esta vez lo jodió todo con su amabilidad desmedida y su exagerada preocupación por los demás.

Zamora abrió la puerta del cuarto dejándome ingresar primero.

No había nada fuera de lo normal dentro, una cama con barrotes creados especialmente para esposar y amarrar personas a la cama, un diván tantra, herramientas en el techo y pared donde suspender a las sumisas, una mesa con esposaderas, armarios con cientos de artículos para ofrecer placer a través del arte de la sumisión y en mi caso, un desahogo, donde yo estaba al control mientras ellas me obedecían, solo que, la mujer que yo quería que me obedeciera era la que menos lo hacía.

—Sal—, le ordenó Zamora a la chica que se encontraba desnuda delante de la cama arrodillada con su cabeza baja.

La chica se puso en pie caminando a la puerta, comencé a quitarme mi camisa tirándola sobre el diván al igual que mis zapatos.

Me dirigí al armario pasando mis manos por lo diferentes látigos tomando una fusta de caballo con doble palmada.

—¿Me puedes decir que te tiene tan furioso?—, preguntó Zamora en medio del cuarto clavando sus ojos en mi.

Me acerqué a ella presionando su labio con la punta del látigo deslizandolo por su cuello hasta recorrer la división de su pecho golpeando sorpresivamente su costado.

—No hablas si no te lo pido, no me miras si no te lo permito y tienes prohibido dirigirte a mi, si no es con la palabra amo, conoces esto mejor que yo, no me hagas repetirlo—, gruñí.

Zamora bajó la cabeza evitando mirarme.

—Desnudate—, le pedí.

Ella obedeció rápidamente quitándose su ropa. Zamora era la matrona del establecimiento, no tenía porque acostarse ni mucho menos ser sumisa de ningún cliente, pero por alguna razón desde que llegué a Wisconsin accedió a complacerme en algunas ocasiones.

Seduciendo a un Walton Where stories live. Discover now