El Poder Del Caos: Capítulo 5

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Ya había pasado varios meses sin ninguna noticia del piromano que provocó el incendio del reino del sur pero lo que más preocupaba a todo el mundo era la ausencia de los monjes de la primera orden elemental, no respondían a las cartas que Tarian les enviaba y nadie del reino de los mares ni del cielo habían visto un solo monje elemental salir de su templo, era bastante extraño pero nadie podía entrar en ese templo en medio del mar porque era un lugar sagrado y todos los reinos incluidos los gobelins habían prometido de jamás penetrar en ese lugar sin que un monje los acompañará.
Pero volviendo a la historia con Tarian y Decim el incendiario, justamente un buen día de primavera un soldado entró en la sala de recepción donde Tarian estaba sentado sobre su enorme trono que su cabezal llegaba hasta el techo lleno de arcos que sujetaban el techo al mismo tiempo que lo decoraban al igual que las columnas de piedra que se situaban seis en cada lado de la pared provocando una sensación tras traspasar la gran puerta del castillo de que la sala de recepción era tan grande que podía caber tres dragones y un gigante, normalmente la sala debía estar llena de decoraciones pero en vez de eso sobre las paredes solo había huecos vacíos. Tarian sufría de una crisis que le obligó a vender su decoración para recomponer las ciudades destruidas por los gobelins que cada día se volvían más agresivos y cada vez habían más que pasaban la frontera.
-Señor hay un caballero de armadura dorada y espada de bronce que tiene sujeto a un humano - dijo el soldado arrodillado ante su señor - dice que es el criminal que vos andabais buscando.
Tarian miró con descendencia e indiferencia al soldado para no mostrar su sorpresa al aprender que un caballero desconocido había sido capturado a aquel que llevaba tanto tiempo buscando.
-Déjale que entre y también dejad entrar al prisionero - dijo Tarian - quiero verle antes de decidir su destino.
El soldado salió por la gran puerta y volvió cinco minutos más tarde sujetando al prisionero con la ayuda de su compañero al igual que detrás de ellos entró un caballero de tres metros de alto con armadura de oro, un escudo dorado con un sol sobre este y una diadema que poseía picos dorados como los rayos del sol; no se podía decir lo mismo de su prisionero que tenía una especie de túnica rota y ennegrecida por la suciedad al igual que su cara en la cual una sonrisa siniestra se dibujaba debajo de sus dos ojos marrones y tenía el pelo castaño sucio y revuelto. Aún así el prisionero era bien humano porque el otro, Tarian no tardó mucho en darse cuenta de la particularidad del caballero y es que este no era ni un hombre, ni un enano, ni un elfo y ni mucho menos un gobelin u otra criatura que tuviera intelecto, era un saltamontes de color dorado, el insecto más grande que jamás un hombre de ese reino haya visto jamás.

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