CAPÍTULO 23

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SEBASTIÁN

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SEBASTIÁN

El lugar se encontraba justo como Beth me había dicho: desolado y con un gran hedor a sangre. La muerte se plasmaba en cada parte, en cada charco que manchaba nuestra tierra y en cada puerta y ventana rota. Si cerraba los ojos y me concentraba, podía escuchar aun los gritos agónicos de los nuestros, implorando ayuda y perdón a los que invadieron nuestro sagrado hogar.

Me giré hacia Beth, la cual no había cesado de llorar y lamentarse desde que pusimos un pie en nuestro territorio. Posé mi mano en uno de sus hombros, zarandeándola ligeramente para captar su atención.

—Antes de buscarme, ¿Te cercioraste de que todas las mujeres estaban muertas? ¿No ha sobrevivido ninguna?

—Yo...yo intenté salvar a algunas...pero...pero todas se iban. Quizás hay una posibilidad...de que hayan escapado las que sobrevivieron. No lo sé...no sé nada más.

Un rugido salió de mi garganta, ¿Cómo demonios había sido tan descuidada? Ella debió de asegurarse y manejar la situación antes de ir a buscarme, pues estaba sirviendo a los nuestros en bandeja a nuestros enemigos. De seguro, muchas de las heridas que necesitaban asistencia, pudieron sobrevivir si Beth se hubiera encargado con mayor diligencia de lo que debía hacer. Mi molestia la hizo agachar la cabeza aún más.

Dejé atrás la charla y los reproches, comenzando a investigar más en profundidad el lugar. Entré a una de las casas que estaban en peor estado y cuyos dueños recordaba bien. Beth me seguía de cerca tras de mí en un completo silencio.

—Aquí vivía un matrimonio anciano. La mujer la atendí, pero no sobrevivió. El hombre no pude encontrarlo pues muchos de ellos se los llevaron. Las mujeres fueron masacradas y los hombres llevados a otro lugar.

—¿No seguiste el rastro después por si encontrabas el lugar donde fueron llevados?

Un silencio me dio la respuesta. Cerré los ojos con fuerza intentando por todos los medios, no seguir perdiendo el tiempo en más discusiones. Comenzaba a cansarme de ese lado demasiado servil de Beth.

Tras revisar un poco más el lugar, subí las escaleras para ir a los dormitorios. En la planta de arriba también reinaba un absoluto caos, dándome una punzada cuando encontré un dormitorio cuya decoración no era la típica de personas de la edad de los dueños. Beth habló.

—A veces la hija de ellos venía de visita, pues se mudó a otro de nuestros territorios un poco más lejos de aquí. Por ello, le dejaron su dormitorio intacto para que tuviera un lugar al que volver.

El armario parcialmente abierto con una mano sangrante saliendo del interior, nos confirmó que ese preciso día del incidente, era una de esas épocas en las que la mujer había vuelto de visita. El pecho me retumbaba de odio y pena al pensar el horrendo sufrimiento al que fueron sometidos todos ellos.

Tuve que revisarla, para verificar si seguía viva, pero al abrir la puerta un poco más, vi que su cabeza ya no estaba pegada a su cuerpo. Aquello provocó un grito en Beth, la cual se marchó corriendo a una esquina para comenzar a vomitar. Yo intentaba controlar las náuseas tan bien como podía, pues me debía mostrar con toda la entereza que me habían inculcado para que mi pueblo se encontrase fuerte.

Me giré hacia ella y le ordené que esperase fuera, ya que no quería que se siguiera importunando con todo aquello. Le dije que se quedara en el porche de la casa, bien escondida para evitar que alguien que merodease por la zona la viera. Disponía de poco tiempo pues no podía dejarla sola.

Si los enemigos eran inteligentes, volverían para revisar que no había nadie vivo o bien, si no lo hacían, era porque sabían que las heridas que habían provocado, eran mortales. La rabia se apoderó de mi interior de nuevo al pensar como todo estaba patas arriba desde hacía siglos. La mentalidad tan cerrada en la que los machos reinaban sobre la vida de las hembras, era algo que no comprendía en mi mente. Lo peor era verlas a todas respetar tanto a mi padre cuando éste hizo sufrir a muchas mujeres, incluyendo a mi madre.

Ella siempre lo amó, incluso antes de unirse oficialmente y tuvo que verlo estar con otras por su deber como Alpha. El caso es que, al tener autoridad sobre la vida de todos, en muchas ocasiones mantenía relaciones con más de una hembra a la vez, convirtiendo su cabaña en un maldito burdel.

Por eso opinaba que su muerte, más que pena, me causaría alivio.

Salí al exterior en busca de Beth para informarle de que había revisado cada parte de la casa en busca de algún herido, pero tal y como sospechábamos, había sido en vano.

La mano de ella se entrelazó con la mía, arrodillándose de la forma servil que sabía.

—No desesperes mi amo y señor, todo saldrá bien. Si me necesita, soy capaz de complacerlo si requiere de liberar tensión.

De un manotazo me liberé de sus manos. No podía soportar el cómo se humillaba y el cómo disfrutaba de las migajas que yo pudiera darle. Tan solo una mirada le bastaba con dar gracias al cielo por tener la oportunidad de un poco de atención del jefe del clan.

—Lo siento mi señor si le he ofendido. Si me requiere, nada más tome lo que necesite.

—Necesito que hagas tu maldito trabajo, nada más que eso. Y piensa bien en qué vas a ocupar tu vida, pues dentro de no mucho, va a cambiar.

Beth parecía alarmada por mi respuesta, aunque un tanto alegre. Quizás se pensó que por fin iba a unirme con ella tal y como mis padres decidieron en su día. Pero se equivocaba demasiado.

Si de algo estaba seguro es que a mi padre no le quedaba demasiado tiempo entre los vivos. Y aunque fuera el Alpha en aquel momento, las leyes eran jurisdicción de mi padre. Y hasta que no dejara este mundo, no podía poner una sola pezuña en las leyes que regían a mi pueblo.

Caminamos de nuevo en dirección a otra de las casas, pero un sonido en el interior del bosque, me hizo comenzar a oler el aire y a agudizar mis sentidos. Sopesé el convertirme, pero preferí esperar por si era una falsa alarma: no podía malgastar ni fuerzas ni tiempo.

—Beth, atrás de mí. Si nos atacan, volverás a la mansión de los Bartholy e informarás de lo sucedido.

—Pero señor, esos chupasangres...

—¡Promételo!¡Promete que irás! —Le grité con mis ojos cada vez más semejantes a los de un lobo. Con una reverencia, ella asintió solemnemente, alegando que mis peticiones eran ley en la Tierra.

Giré de nuevo la cabeza, esperando a que el sonido se hiciera más claro y pudiera así distinguirlo mejor. Conforme más cerca se encontraba aquel elemento extraño, más podía distinguir lo que era.

El sonido de nuestra manada, el aullido claro y profundo de los nuestros. Alguien había venido a visitarnos y quizás, portaban noticias. Con una gran esperanza en el pecho, pude sonreír ligeramente al pensar en las posibilidades de que algunos hubieran escapado de su cautiverio, rezando porque algunas hembras hubieran sobrevivido.

En cuanto les vi aparecer, supe que eran de uno de los territorios que ocupaban algunos miembros de nuestra manada. Uno que quedaba un tanto lejos, por lo que el asunto iba a ser importante.

Eso significaba, que no eran supervivientes.

The liberation of the beast(Is It Love?Nicolae parte IV)Where stories live. Discover now