CAPÍTULO 39

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La llamada de Cathy me había dejado estupefacta

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La llamada de Cathy me había dejado estupefacta. Tenía la enorme necesidad de bajar las escaleras y enfrentarme a aquel recepcionista, pero ya habría tiempo para todo eso. Lo importante se encontraba al otro lado de la puerta, y si mamá hizo en gran esfuerzo por mantener oculta esta habitación, sus razones tendría. Toda aquella parafernalia me olía a chamusquina y acrecentaba aún más mis sospechas de que, realmente, a mi madre le había pasado algo. El haber sanado no me resultaba creíble, pues el síndrome Melas no tiene cura conocida por el momento.

Suspiré varias veces, me sacudí para darme energías e introduje la llave en la cerradura. Este hotel no tenía las típicas tarjetas para acceder a las habitaciones sino las llaves de toda la vida. Por su aspecto exterior e interior, debía llevar construido muchísimo tiempo, además de no haber sido renovado desde hace bastante.

Nada más entrar, vi que, en efecto, había algo de polvo. Las jarapas de los sofás se encontraban desperdigadas por los mismos, como si alguien hubiera estado sentado en ellos y no las hubiera recolocado. La mesa de café aún tenía los vasos de los que podrían haber sido dos personas, pues se encontraban a cierta distancia, como si uno se hubiera sentado en la butaca y otro en el sofá más grande. Alrededor de los posavasos, un cerco de polvo me demostraba una vez más que desde la última visita, nadie accedió a su interior.

Y si mi hermana había sido la última, ¿a quién había visto en el hotel? Porque estaba claro que no se encontraba sola. Me arrastré a la cocina, mirando el fregador con apenas platos sucios. La papelera sí que tenía bastantes restos de lo que parecía comida pre congelada o platos preparados. La sartén y la olla del lavabo eran insalvables, pues la mugre había hecho una costra completamente imposible de eliminar.

—Si los cálculos me son correctos, Catherine estuvo aquí hará más o menos un año, que coincide con el tiempo que llevaba con los Bartholy cuando fui convertida. Ella comenzó a buscarme cuando no hubo ninguna acta de defunción y los médicos no tenían explicación plausible a lo sucedido. Si lo que me dijo el recepcionista era verdad, eso explicaba la razón por la que mi hermana pudo entrar: tan solo nosotras, las hijas de la que pagó la habitación de hotel, tendríamos acceso a ella por orden expresa. Y si había tomado esa decisión, es que algo iba mal y quería advertirnos. Ella sabía que no somos estúpidas y que la buscaríamos, que indagaríamos acerca de todo lo que estaba pasando. Y ese mensaje acerca de mi padre, ¿Qué le sucedió?

Para mi sorpresa, encontré alguna prenda de ropa en la zona del dormitorio. Una camiseta que reconocí perfectamente pues era la que mi hermana se ponía para dormir desde hace mucho tiempo. Aprendí a tintar la ropa y le hice el típico dibujo psicodélico que hacían en los ochenta, en tonos azules, violetas y amarillos. Inesperadamente, ella no solo lo aceptó, sino que prometió ponérsela siempre que se fuera a dormir. Decidí cogerla para llevársela de vuelta: estaba segura que le encantaría recibirla de nuevo.

Fui al baño, espacioso sin ser demasiado lujoso. La estancia era muy blanca, pero la luz era de tonos anaranjados, confiriéndole un estilo vintage al lugar. Los muebles no es que fueran del siglo pasado, aunque tampoco eran muy modernos y, por el poco desgaste, apenas habían usado esta habitación. Aun había huellas en los grifos de la bañera y el lavabo, el jabón ahora no era blanco sino ligeramente verdoso por la humedad que recibía del plato de cerámica sobre el que estaba colocado.

Y de entre algunos botes y muestras que había en los armarios, encontré un frasco de perfume que supe reconocer.

—Es el perfume de mamá, justo el que llevo usando durante mucho tiempo. No me di ni cuenta, pero, desde que murió, lo robé del cuarto de baño de casa para usarlo. En un principio, me engañé yo misma porque no quería que se echase a perder, pues mi hermana no le gustaba ese tipo de perfumes sino más bien, colonias frescas y ligeras. En mi piel casaba muy bien ese toque a almendras y lavanda, además de a otras cosas que nunca supe bien qué podrían ser. Era reconocible sin ninguna duda.

Lo tomé entre las manos, pensando en que no podía ser que Catherine lo trajese en la maleta. Ella no lo usaba, por lo que las posibilidades de que fuera de mamá, eran bastante altas. Abrí la caja y saqué el frasco, encontrándomelo a mitad. La tentación de echarme un poco pudo conmigo, quitándole el tapón y dejando caer una nota al suelo. El mundo pareció congelarse cuando esa letra coincidió en mi mente con mis recuerdos.

Era la letra de mi madre y de eso no había ni una sola duda. Temblé como nunca antes había temblado y la desplegué con gran temor. Esperaba que todo aquello no fuera una broma.

Recepción, llévale el frasco. Dile que huele a tu madre, que te recuerda a casa. Te dará una caja fuerte, la llave tú sabrás encontrarla. Sabes perfectamente mi sitio favorito.

Y no, no tuve duda a lo que se refería. Su lugar preferido era la ventana de la cocina, donde ella nos miraba a mi hermana y a mí jugar en el jardín. Podía pasarse horas allí con un café en la mano y, a veces, se sentaba en una silla para coser un poco y escuchar música. La llave estaría en la cocina, en la que era mi casa, pues ahora mi hogar estaba donde los Bartholy.

Con la enorme necesidad de volver, tuve que hacer una parada obligatoria en recepción. Recordé perfectamente lo que tenía que decirle, pero no me olvidé de algo más que tenía pendiente:

—Mi hermana estuvo aquí, por lo que soy la segunda en entrar en esa habitación. Y estoy segura que no entró sola, pues había dos vasos en la mesita de café. Le entrego esto, este perfume huele a mi madre, me recuerda a casa. Y...desde que ella murió, yo lo sigo usando.

La última frase quedó atascada en mi garganta. El hombre me miró de forma tierna, rebuscando en el mismo cajón que antes, pero esta vez, tomando una caja metálica con un candado. Me lo entregó y no pude evitar preguntarle:

—¿Por qué ayudaste a mi madre? Podías haber tomado el dinero y no hacer caso a las peticiones de ella. Es dinero que estáis perdiendo al no dejar que una de las habitaciones se use. No comprendo todo esto.

El joven bajó el rostro un poco afectado. Algo más había en aquella mirada, ¿Gratitud?

Salió de su puesto de trabajo para acompañarme a la puerta del hotel. Una vez allí, me señaló a lo alto de la que reconocí como una de las universidades de la ciudad. Sus palabras ahora eran tristes.

—¿Ve la azotea de ese edificio? Pues iba a lanzarme de ahí hará unos años. El hotel ha pertenecido a mi familia hasta que el señor Bartholy se lo compró a mi tatarabuelo por unas enormes deudas que generó por problemas acerca del juego. Toda nuestra vida, mi familia y yo hemos trabajado entre estas paredes para así podernos ganar la vida, pero mis padres comenzaron a ahorrar dinero para que yo asistiera a la universidad. Y así fue, hasta que ellos no pudieron costearme el último año, quedándome a las puertas de lograr una vida mejor. Fue entonces cuando decidí poner punto y final a mi vida. Allí arriba fue cuando la encontré, a tu madre, queriendo enfrentar el mismo destino que yo. Y es curioso, pero en esa adversidad, ambos nos dimos ánimos para no lanzarnos al vacío. Ella me dijo que su vida estaba casi al final por su enfermedad pero que, en mi caso, mi vida sería sumamente larga, que no añadiera más carga a mis padres. Le prometí que yo sería el que les daría su último mensaje a sus hijas y fue entonces cuando ella me dijo que comenzaría a escribir su mensaje.

Apreté la caja contra mi corazón, sin poder detener las enormes lágrimas que nacían de mis ojos. Aquel joven ahora parecía más mayor, cuando liberó a sus demonios en mi presencia y me hizo comprender lo grandiosa que siempre fue mi madre. Incluso cuando no deseaba vivir, lo hizo por éste chico y por nosotras, para darnos un mensaje memorable con la que recordarla con más cariño del que ya le profesábamos.

Era hora de volver a casa para decirles a todos que debía de irme a la casa de mamá, pues allí había algo que requería. Era hora de hacer un bien, pues los Hudson somos de pagar con la misma moneda que nos pagan. Y aquel chico había permanecido fiel a su promesa, incluso a sabiendas que podía meterse en un lío.

—Ven a la mansión del señor Bartholy. Tengo un obsequio que darte y no quiero un no por respuesta. Es hora de que cumplas el deseo de tu padre, de ser mejor y escribirte un mejor destino. Si ayudas a las Hudson, las Hudson te ayudamos a ti. Nunca olvidamos la gratitud.

Y ahora, el chico lloraba, pero no de pena. Su alma había sido liberada, pues entendió en aquel momento que su vida había sido salvada por segunda vez.

The liberation of the beast(Is It Love?Nicolae parte IV)Where stories live. Discover now