CAPÍTULO 28

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La aparición de aquel hombre nos dejó a todos helados, como si el invierno nos hubiera azotado de cabeza a los pies

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La aparición de aquel hombre nos dejó a todos helados, como si el invierno nos hubiera azotado de cabeza a los pies. Era sorpresivamente imponente incluso en la sencillez de su atuendo, completamente negro a excepción de sus botas de un color gris claro. Al director casi le faltaba dar pequeños saltitos a su alrededor, como un conejo en un campo de hortalizas. Era una escena ridícula y que a todos nos incomodaba presenciar, pero por el bien del futuro de nuestros puestos de trabajo, debíamos sonreír sin que pareciera antinatural. La voz profunda de aquel hombre retumbó en nuestros oídos:

—No es necesaria tanta cortesía. Y borren esas sonrisas pues de seguro os están haciendo daño en las mejillas. No vengo a ser un estorbo sino más bien, a daros unas manos en las que agarraros. Vuestro bien es mi bien.

Al principio me sonaba demasiado bonito eso de trabajar por y para los demás: en aquellos tiempos, nadie daba nada por nadie por amor al arte, sino porque posteriormente tomarían un beneficio. No siempre económico, a veces era del tipo limpieza de imagen o ganar buena fama, por lo que a mí personalmente no me engañaba con su falsa gentileza. Pero conforme el día iba pasando, incluso aquellos reticentes con su presencia, caían bajo el influjo de esa amabilidad sin artificios aparentes y una pequeña sonrisa que mostraba calma. No había nada en sus gestos que anticipara tormentas, sino más bien, todo era calmado y pacífico en lo que hacía o decía.

Los días posteriores fueron pasando con la misma lentitud que siempre, a diferencia del clima que se sentía en el hospital. Todos, incluyendo los enfermos, se encontraban de un humor excelente. Incluso muchos de ellos me comentaban que un amable señor les había dado regalos, depositándolos en su mesilla cuando descansaban. Cuando realizaba las buenas acciones, nunca se mostraba a nadie, pero todos sabían perfectamente quien se trataba ese buen samaritano.

Esa faceta comenzó a incomodarme al punto de subirme el estrés. Llegaba a casa sin ganas de tocar con Peter o de hacer la comida del día siguiente. Mi hijo supo que algo sucedía, pero como siempre hacía mi querido, prefería ser prudente y averiguarlo por sí mismo. Se tomó un día libre en la universidad para así visitar de incógnito el hospital. Fue ahí cuando vio al señor Bartholy supervisándolo todo con su siempre amabilidad por bandera. En cuando me vio, supo que él era la fuente de todos mis males, pues la mirada que le dedicaba no era precisamente de simpatía. En algunas ocasiones desde que él comenzó a venir al hospital, Víktor se me acercó varias veces con tal de mantener una conversación cordial, pero sabía de sus artimañas y me había propuesto no caer como el resto hizo al poco tiempo. Quería tener el ojo avizor para así evitar que el hospital se fuera al garete por una maldita simpatía que, aunque bien fingida, de seguro no era verdadera y ocultaba una verdad.

Tal como vino, Peter se marchó a casa como si nada hubiera sucedido. En sus ratos libres, investigaba el comportamiento de aquel hombre y el cómo me sentía cuando me encontraba en casa para así saber cómo abordar el tema con mayor eficiencia. Pues cuando Sophie se cierra en banda, es imposible hacerla salir de su concha.

—Mamam, toquemos un poco. La noche está tan agradable.

Mes excuses, mon fils. Me hallo muy cansada pues últimamente trabajo mucho. En otra ocasión prometo compensarte.

Pero ya había sido la primera de muchas noches en las que le evadía. Peter no era estúpido y me conocía mejor que nadie, por lo que sabía que era cuestión de tiempo que supiera la verdad. Esa noche no me lo dejó pasar.

—Mamam, sé que te acongoja. Comprendo que su presencia te inquiete pues sabemos que la gente de mucho dinero puede causar estragos allá donde va. Pero tú eres una excelente enfermera; no te dejes llevar por las emociones ni por los pensamientos que te inquietan. Yo siempre estaré tras tu espalda.

En aquel momento me preparaba para irme a dormir. En frente de mi tocador, aún recuerdo con claridad el aspecto de sus facciones cuando la tristeza aun no era una constante en su vida. Como eran de suaves las líneas de sus ojos y de su frente. Me duele mucho que eso cambiara por mis malas decisiones.

Pues en el momento en el que caí, en el que le di una oportunidad a aquel farsante de hablar conmigo, había perdido en juego. Un juego en el que también arrastré a mi hijo sin pretenderlo.

Le hice un gesto para que se acercara, pidiéndole por favor que no se preocupara, pues tenía muchas más cosas de las que preocuparse. Deseaba que terminara sus estudios y que pudiera irse a un lugar muy lejos de aquí donde fuera más seguro. quería que se alejara de los horrores de la guerra, costara lo que costase y que yo dejara de ser una carga para él.

Pero Peter no estaba de acuerdo con mis planes.

—Mamam, allá donde vueles, yo iré bajo tus alas. Seré siempre tu sombra, aunque no quieras.

Y como decirle, como saber que eso no sería cierto unos años más tarde. Que, en tan solo un par de meses, nuestra vida como la conocíamos, cambiaría por completo.

Que ya no haríamos más conciertos juntos, que no viviríamos más bajo el mismo techo.

Que le llevarían de mi lado para nunca más volver a verle. Todo eso, ¿Cómo pensar que iba a ocurrir? Ni en un millón de pesadillas creería que aquel hombre con promesas acerca de salvar el hospital, sería nuestro verdugo. Porque en sus manos dejé mi vida, aceptando una muerte vívida, una vida en la muerte, donde todo era distinto y donde los sentimientos cambiaron por completo.

Donde las ansias de poder siempre prevalecían por encima del amor. Y eso me dolía en el alma, el cómo dejaba de echar de menos a mi hijo cuando la necesidad de alimentarme era acuciante. Era tal ese sentimiento que me creía capaz de matar a cualquiera por mi elixir de vida.

Quizás es por el dolor que sentí los posteriores días, meses y años, la razón por la que esa noche en la que Peter me dijo que comprendía mi situación, que me cuidaría, recordaba todo con tal nitidez que en mis sueños lo revivía una y otra vez. Era mi modo de sentir mi esencia humana, el como la vida era más sencilla de lo que posteriormente fue, ¿Cómo podría quejarme de esos días?

No hay día que no me acuerde y de lo mucho que me arrepienta de no haberlos disfrutado al máximo. Cuando me quejaba del estrés del trabajo, de pacientes maleducados o de si la lluvia me había ensuciado el uniforme. Todo aquello eran simples nimiedades, pero lo más importante no era eso.

Eran nimiedades humanas.

The liberation of the beast(Is It Love?Nicolae parte IV)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant