Tierra baldía

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Cuarenta y ocho atardeceres atrás

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Cuarenta y ocho atardeceres atrás

La temporada más calurosa de helios estaba en pleno apogeo y los soles brillaban con energía. El reino Aquamarina empezaba a deshacerse de la tristeza que había traído la muerte de Ix Alis, y aunque el jefe del clan seguía de luto, les había pedido a los habitantes del clan que intentasen pasar página.

Él no podría hacerlo.

Las patrullas compuestas por unüils de tonos vivos —que representaban el reino de origen de cada soldado— teñían los bosques del clan, donde los guardias barrían hasta el último rincón del territorio en busca de la Sin Magia. Los Ix Regnix seguían preocupados por los acontecimientos que habían sucedido a la traición de Catnia. Nadie sabía cuándo llegaría el próximo ataque. Nadie entendía quiénes eran los enemigos de la Autoridad. Nadie quería aceptar que Neibos ya no era seguro.

Killian se encontraba en la playa, oteando el horizonte. El Ix Realix acudía al mar siempre que tenía un momento para hablar con su hermana. A través de las olas, le contaba cómo le había ido el atardecer, los avances que estabilizaban al clan y las dudas que lo atosigaban cuando tenía que tomar una decisión importante. Mientras le preguntaba si sus ideas eran buenas para el futuro del reino, el océano le limpiaba las lágrimas y arropaba su corazón roto con caricias de sal.

Aidan atravesó un portal de luz turquesa para reunirse con su amigo en la orilla. El Aylerix le posó una mano en el hombro y desvió la mirada al lugar en el que el mar se encontraba con las nubes. Killian no dijo nada. Cuando el dolor fluía franco y desencarnado, las palabras se volvían innecesarias.

Cerca de allí, Mónica y Quentin se reunían con los eruditos una vez más. Habían pasado demasiados atardeceres en aquellas salas, escuchando teorías imposibles y tratando de encontrarle una explicación a lo ocurrido. Los miembros de la Guardia empezaban a dudar hasta de su propio nombre, y quizá aquel era el motivo por el que Max no se encontraba junto a ellos. El soldado esmeralda caminaba entre los bosques, esperando que los árboles lo ayudasen a descubrir la forma de proteger al reino de lo que estaba por venir.

Foyer, que se había convertido en un gran aliado para Killian y los Aylerix, recorría el bosque de árboles granates de la Ciudad Gris. Sus tropas ayudaban a la Guardia a vigilar la frontera con el reino Rubí para asegurarse de que la Sin Magia no escapaba a su destino. La sabiduría del líder de los rebeldes guiaba las decisiones de los soldados en la dirección correcta y, gracias a él, estaban cada vez más cerca de encontrar a la asesina.

Al menos, eso era lo que creían.

Moira, ajena a las alianzas que se forjaban en los corazones de los reinos, avanzaba con dificultad entre las Tierras del Silencio. La joven llevaba atardeceres caminando sin descanso, pues cada vez que se descuidaba, sentía la presencia de un söka que la obligaba a ocultarse entre la maleza. Además de las naves y las patrullas de soldados, se sentía observada constantemente. Estaba paranoica y se repetía a sí misma una y otra vez que no había nada esperándola entre los árboles.

El engaño de la calma (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora