15. El corazón del mundo

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Los soles se acercaron a la línea del horizonte y las lunas se dejaron ver en el cielo

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Los soles se acercaron a la línea del horizonte y las lunas se dejaron ver en el cielo. En algún momento del camino empecé a cargar con el lobo, ya que sus patas habían llegado al límite de sus capacidades. El sudor me hacía cosquillas en la piel. Casi no nos habíamos detenido para evitar que las patrullas recortasen más distancia de la necesaria y el desierto empezaba a llevarse toda mi energía.

Me las arreglé para coger el cristal aurático sin molestar demasiado al lobo. Sus filamentos dorados brillaron bajo los colores del atardecer. La niebla que contenían las paredes transparentes se habían teñido de un morado que indicaba que Duacro estaba siguiendo su intuición. Ya no sabía si aquello era bueno o malo.

Un estremecimiento me recorrió la médula. El lobo protestó. El vértigo provocó que me cayese de rodillas sobre la arena.

—¡Moira!

—Vienen a por nosotros —anuncié con la voz afectada por el dolor.

Trasno y Esen intercambiaron una mirada grave. Saqué el cristal de ampliación y analicé el horizonte en busca de los neis que envenenaban el aire con el poder de las gemas.

—¡Allí! —exclamó Esen.

Se trataba de una patrulla de cinco soldados que sobrevolaban el desierto en naves individuales. Tenían las manos enterradas en los mandos de navegación y alrededor de sus rostros flotaban cristales que les permitían rastrear las inmediaciones. Un soldado se volvió hacia mí de golpe. En el cristal que levitaba ante su rostro vi el reflejo de mi figura entre la arena. Los ojos rasgados del diamante me atravesaron el alma y sus facciones, propias de la cultura más oriental de Neibos, se transformaron con rabia. Retrocedí con un gemido. Estaba perdida.

—¡Corre! —exclamó Trasno.

Llevé la mano al saco de cuero marrón. Nuestra única escapatoria consistía en atravesar un portal que nos llevase lejos de allí. Atrapé la lágrima ámbar entre los dedos y me centré en canalizar su energía. El poder del fuego me nubló el pensamiento. Un impacto chocó contra mi espalda y provocó que la esfera rodase fuera de mi alcance. Mi grito atravesó el desierto.

El poder de las gemas me empujó con una fuerza invisible. La arena me arañó los ojos y me atascó la garganta. Tosí mientras intentaba frenar la caída. Nada logró impedir que me deslizase por la ladera. No había rocas ni raíces a las que agarrarme. Solo una pendiente interminable.

Colisioné contra el suelo con un latigazo de dolor que se extendió por mis extremidades. La magia que portaba el aire se intensificó. Los gritos de los soldados se aproximaron desde el otro lado de las dunas. Me preparé para lo que estaba por venir.

—¡Levántate! —me ordenó Esen.

Pero no quería hacerlo. Estaba cansada de luchar contra lo imposible. El final estaba cerca.

—¡Moira! —suplicó Trasno.

—Un intento más —me recordó Esen.

—Un intento más —concedí mientras me aferraba a la daga rubí.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now