24. Hierba de rasgos etéreos

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Me desperté arropada por telas rubíes. La luz de los soles se coló bajo mis párpados y gemí desganada. No quería levantarme. Acaricié la hierba con los dedos en busca del colgante que aguardaba junto a mí cada amanecer. El corazón me latió inquieto cuando no lo encontré. Abrí los ojos confundida. Los cortes que presentaban mis dedos probaban que había estado trabajando con elementos del bosque mientras permanecía ausente. ¿Dónde estaba mi alhaja, entonces?

Tras incorporarme comprendí que no estaba tapada con las telas de Atlane, como había creído en un principio. Lo que me mantenía caliente era el abrigo de una mullida capa de hierba azul que parecía respirar sobre mí. Un crujido brotó de entre los árboles. Me puse en pie de inmediato. La manta de hierba añil se fusionó con el bosque como si nunca hubiese dejado de formar parte de él. La brisa que se coló bajo el dosel natural me acarició el rostro. La vegetación se removió ante mí. Los ornamentos de la daga rubí se me clavaron en la piel. Unos iris parpadearon entre las hojas.

Necesité unos latidos para comprender dónde terminaba la naturaleza y dónde empezaba la figura del hombre que me observaba con la serenidad de los árboles. La capa que descansaba sobre sus hombros, formada por el más verde de los musgos, estaba cubierta por una cascada de hojas que descendían hasta sus pies descalzos. El cabello marrón le caía a ambos lados del rostro y, cuando se encaminó en mi dirección, ondeó entre el viento. La parte inferior de su cuerpo avanzaba bajo la protección de una prenda tejida con ramas que parecían brotar del suelo. El aroma a eucalipto me envolvió en una nube de calma que permitió que enfundase la daga. El semblante de rasgos etéreos del ereäm dhu se iluminó con una sonrisa. El hombre de los bosques me acarició la palma de la mano con los dedos. El tacto de la hierba de verano se deshizo de las heridas que manchaban la piel.

El ereäm dhu se llevó una mano al cuello, donde descansaban decenas de amuletos creados con la corteza de árboles que parecían susurrarles a las raíces del bosque. La criatura depositó un colgante entre mis dedos. Estaba decorado con pétalos de un hermoso color púrpura que se curvaban sobre sí mismos para dibujar una flor llena de vida. Su caricia me hizo cosquillas en la piel. Le di las gracias, aliviada por volver a contar con la protección del talismán, pero mis palabras se perdieron entre la brisa del bosque, pues el ereäm dhu había desaparecido.

Me volví en su busca y el entorno se desdibujó a mi alrededor. Un murmullo se abrió paso entre la niebla de mi mente. Pertenecía a los árboles de lluvia que se extendían más allá de la hoguera, donde descansaba la piedra de lumbre que creía perdida. El lobo dormía plácido sobre las telas rubíes y el cielo se extendía sobre nuestras cabezas, claro y despejado. El árbol antiguo de hojas anaranjadas seguía en su sitio, ajeno a las edades, y más allá de las piedras y las flores silvestres, descubrí las orejas puntiagudas de Trasno.

Negué incrédula y mi risa se coló entre las briznas de hierba. Me puse el colgante de camino a los árboles de lluvia. Las pesadillas sobre el Bosque de Hielo Errante me habían dejado sedienta y la pureza del agua logró aliviar la tensión de mis músculos. Acaricié al lobo, que me saludó afectuoso, antes de coger el cristal aurático. La niebla que contenían sus paredes transparentes seguía dormida.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now