14. Acorralados

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Recordad que, si no se cumple la meta, no subo capítulo.

El calor se me pegaba a la piel como una manta fabricada con los rayos de los soles

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El calor se me pegaba a la piel como una manta fabricada con los rayos de los soles. Aparté la tela que me protegía del polvo del desierto y me llevé un tallo de udela a los labios. El frescor del agua alivió la calentura que me ralentizaba el pensamiento. Estaba harta de aquel lugar. Necesitaba árboles, oxígeno y vida a mi alrededor.

Me volví en busca del lobo, que dormía hecho un ovillo junto a mi costado. Sonreí y le acaricié el lomo. El animal abrió los ojos durante un latido antes de volver a cerrarlos. Él tampoco quería levantarse para seguir atravesando una eternidad de arena. Trasno y Esen no interrumpieron la dirección de mis pensamientos. Me resultó extraño, así que me incorporé en su busca.

Junto a mí, sobre las telas del reino Rojo, descansaba Killian.

El rostro del jefe del clan mostraba una calma que mi pulso no compartía. Las ondas formadas por su corto cabello negro reflejaban el azul de un océano que anhelaba volver a sentir sobre la piel. Su tez escarchada contrastaba con el tono anaranjado del desierto, al igual que los enlaces aquamarinas que le teñían el unüil.

Killian parecía estar en paz, pero las arrugas que se movían sobre su frente, escritas en el lenguaje de los sueños, evidenciaban una realidad de la que no podíamos huir. Me apreté contra el lobo en busca de consuelo: la presencia del jefe del clan hablaba de una desesperación que no estaba preparada para admitir.

—Mágicos atardeceres —dijo con aquella voz que me hacía estremecerme.

Demasiados recuerdos.

Demasiadas dudas.

Demasiado dolor.

El mar de sus iris me bañó en la claridad de una costa lejana, rodeada por bosques frondosos y palabras de aliento. Killian me miró con cariño. Su sonrisa me llevó de vuelta a casa. Estaba tan cansada de estar sola... El Ix Realix se movió para acariciarme el rostro, y de sus labios brotaron cientos de gritos que sacudieron la arena y me helaron la sangre.

—¿Es que estás ida? —preguntó una voz que me sobresaltó.

Duacro me mostró los dientes con una expresión perversa que logró aliviar mi temor. Aflojé el agarre sobre la daga rubí y me levanté.

—Me encanta ver que disfrutas de las vacaciones —comentó irónica—, aunque estaría bien que dejases de ser tan vaga y empezaras a moverte.

—¿Tan vaga? —repetí incrédula—. ¡Quizá no eres consciente de que llevo casi una luna caminando entre la arena!

Los iris blancos de la criatura brillaron con una emoción peligrosa. Me obligué a respirar hondo para calmarme.

—Solo digo que, mientras tú te escondes en la comodidad del reino, yo me tengo que enfrentar al calor abrasador de un camino sin fin —expliqué.

El engaño de la calma (Completa)Kde žijí příběhy. Začni objevovat