40. Odio

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Me dirigí a la puerta de la torre de Adaír

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Me dirigí a la puerta de la torre de Adaír. Los sentimientos que había reprimido durante lunas afloraron como si los hubiese invocado con un hechizo. La rabia me quemaba los pulmones. El pulso me latía en cada centímetro del cuerpo.

—Moira —dijo Killian a mi espalda.

Su voz le prendió fuego a un incendio que escapó a mi control. Apreté los puños hasta que las uñas se me clavaron en las palmas de las manos. Quería gritarle. Quería odiarlo. Quería que desapareciese de mi vida y no volver a verlo jamás.

—Para —ordenó mientras me atrapaba la muñeca.

—¡Suéltame! —grité furiosa.

—Entonces habla conmigo.

—¿Qué quieres saber, Ix Realix?

—Todo.

—¿Todo? —repetí con una sonrisa amarga—. ¿Quieres que te cuente que me pasé lunas aterrorizada entre los bosques? ¿Que tuve que caminar por el desierto durante atardeceres porque tenía miedo de que me asesinase alguna de tus patrullas? ¿Que me sangraban los pies y me ardía la piel, pero lo que más me dolía era saber que jamás me había sentido tan sola?

Killian me miró con un dolor que no hizo más que aumentar mi rabia.

—Sí.

—¿¡Sí!? —bramé mientras lo empujaba—. ¡Te odio! Te odio por traerme a la Fortaleza y obligarme a investigar el cese de la magia. Te odio por presentarme a la Guardia y hacer que encontrase un hueco para mí entre vosotros. Ahora estoy atrapada en un castillo en el que jamás quise entrar y del que ya no sé si quiero marcharme. ¡Si ni siquiera he ido a mi casa! —exclamé con las mejillas incendiadas—. Estoy aterrada. Sé que, cuando entre, todo estará igual y seré yo quien habrá cambiado. No estoy preparada para aceptar que ya nada es lo mismo, que aunque regrese a mi hogar, ya no encontraré refugio entre sus paredes.

»¡Te odio! —grité mientras le golpeaba el pecho—. Te odio por ponerme en esta posición. Por hacer que me preocupase por los miembros de la Autoridad. Por traer a mi familia aquí y exponerla al peligro. Cada atardecer pensaba en qué estaríais haciendo. En si me odiabais o si me estaríais buscando. En si había tomado la decisión correcta. ¿Y si era todo una alucinación? ¿Y si había asesinado a la verdadera Alis? ¡Sentí su sangre en los dedos, Killian! Temía por mi padre y el Hrath... Creí que nunca los volvería a ver —sollocé—. ¡Creí que no volvería a veros a ninguno y cada noche me consumía el deseo de regresar a vosotros! ¡Y todo por tu culpa! ¡Te odio!

Killian me atrapó y me rodeó con los brazos. Me removí en busca de libertad. Grité hasta que la angustia se calmó y el dolor se disipó. Hasta que el frescor del océano me acarició la piel y la lluvia apagó el incendio de mis venas. Hasta que mis emociones se liberaron y solo quedó silencio.

Killian me acarició la espalda sin dejar de apretarme contra su pecho. Descansé la frente sobre su hombro y dejé que la paz me calmase el pulso. Respiré hasta que el alivio dejó una herida al descubierto que todavía tenía que sanar. Un torrente de lágrimas silenciosas se deslizó por mis mejillas y me alejé de él. El jefe del clan me observó con los ojos nublados por el dolor.

El engaño de la calma (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora