55. Guerras y traiciones

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Sabía que Alis no estaba pasando por un buen momento, pero cuando entré en su cuarto y la vi escondida entre las mantas y sin ninguna intención de levantarse, me asusté

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Sabía que Alis no estaba pasando por un buen momento, pero cuando entré en su cuarto y la vi escondida entre las mantas y sin ninguna intención de levantarse, me asusté. Sus ojos azules estaban apagados y su piel escarchada, más pálida de lo normal. El llanto había dejado marcas en su rostro, al igual que la falta de descanso, y su cabello enmarañado no hacía nada por mejorar su aspecto. Tras percibir su energía, Mrïl me observó preocupado.

—Estamos en la cresta de la ola... —murmuré mientras me acercaba a ella.

—¿Qué haces aquí? —preguntó sin molestarse en incorporarse.

—Llevo atardeceres esperando a que te unas a nuestras reuniones en la cabaña.

—No me apetece.

—¿Que no te apetece? —repetí incrédula.

—¿Es que estás sorda? —recriminó mientras generaba una corriente de aire salado que me empujó hacia la puerta.

La miré durante varios latidos, presa del asombro, y suspiré antes de avanzar hacia ella. Agarré la ropa de la cama y la levanté con un movimiento brusco que provocó que el frío de la mañana le erizase la piel.

—¿¡Qué haces, estúpida!? —bramó mientras me empujaba para hacerse con las mantas.

—Lo lamento, Ix Alis, pero sus atardeceres de descanso han terminado.

—¿Mis atardeceres de descanso? ¿Quién te crees que eres, Sin Magia?

Alis acompañó sus palabras con un puñetazo que buscaba distraerme de su uso del poder de las gemas. La joven formó dos dagas de hielo que salieron volando hacia mí, así que utilicé la energía del colgante para bloquear el ataque. Mi piel brilló con el escudo iridiscente que inutilizó la magia de Alis y me serví de su sorpresa para inmovilizarla contra la pared.

—Escúchame bien —dije con un brazo firme sobre su cuello—. No soy Killian, no soy Aidan y no soy ninguno de tus amigos. Si crees que llorando y convirtiéndote en una arpía vas a conseguir que te deje sola para regocijarte en tu dolor, estás muy equivocada.

Alis me miró con rabia y sus ojos se anegaron de unas lágrimas que no logró contener.

—He intentado darte espacio para procesar lo ocurrido y me encantaría poder dejar que lidiases con ello durante más atardeceres, pero no tenemos tiempo para esto, Alis.

—¡No me importa!

—Pues claro que te importa, porque más allá de la rabia y la tristeza está el amor que sientes por tus hermanos, por tus amigos y por todos los habitantes del reino. ¿Vas a quedarte aquí, compadeciéndote de ti misma, en lugar de luchar por ponerlos a salvo? No sé si te has dado cuenta, pero la guerra está a punto de estallar, y mientras todos intentan encontrar la forma de salvar el reino, tú te escondes en tu cuarto como si fueses una niña sin responsabilidades.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now