13. Huellas de intuición

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Una tormenta de rayos atravesó el cielo

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Una tormenta de rayos atravesó el cielo. El estruendo resonó entre mis huesos. La luz fulguró sobre la arena mientras la soldado los dirigía hacia mí. El escudo esmeralda me protegió de los daños, pero tras absorber el impacto de los ataques, las hiedras empezaron a marchitarse.

Me aferré a la lágrima ámbar. Si quería salir de allí con vida, tendría que utilizarla en el momento oportuno. Por suerte, la aqua empezó a acusar la falta de energía. Su grito de rabia invocó al poder turquesa que le iluminó los dedos. La energía esmeralda no se amedrentó, pero las dagas de hielo que volaron hacia mí redujeron el escudo a polvo.

La soldado sonrió victoriosa y abandonó la nave con la calma de los vencedores. Se encaminó en mi dirección sacudiendo dos látigos de escarcha a ambos lados de su cuerpo. Si me alcanzaban, las espinas que los recubrían se enterrarían en mis huesos y me aprisionarían en un letargo helado del que no lograría escapar.

La aqua encontró satisfacción en mi miedo, así que tragué el nudo que se me formó en la garganta; no caería sin luchar. Canalicé el poder que residía en la lágrima ámbar y una ráfaga de viento maligno me quemó la piel. Frente a mí se formó una nube oscura que elevó la arena a mi alrededor, ocultando a la soldado. El terror me aceleró el corazón. Si no veía de dónde provenían los ataques, no podría defenderme.

—Confiesa que te alegras de verme —dijo una voz que me desconcertó.

La arena colapsó sobre el desierto con un estrépito atronador. Las partículas que se depositaron en mis pestañas me nublaron la visión. Cuando parpadeé, encontré a Duacro frente a mí. La soldado me observaba inmóvil: tenía dos cuchillos de luz añil apuntándole a la yugular.

—¿Tus últimas palabras? —le preguntó Duacro con una sonrisa perversa.

—¡No! —supliqué.

—Ahora no me vengas de inocente y pura, mocosa.

—No seas ridícula —reproché mientras me acercaba—. Si la matas, no podrá decirle a la Autoridad que no me ha visto. La necesitamos para desviar a las demás de patrullas.

Duacro rugió malhumorada.

—Odio cuando tienes razón...

La criatura se deshizo de las dagas y se acercó a la aqua, que abrió los ojos con pánico. Duacro rio perversa. Yo me dejé caer sobre la arena y guardé la lágrima ámbar en un lugar seguro.

—Veamos qué secretos posees...

Duacro hundió sus garras áureas en la yugular de la soldado. La voluntad de la aqua flaqueó. La magia contaminó el aire y el dolor me hizo estremecerme. Se produjo un cambio en la energía. La soldado activó su şihïr para contactar a su patrulla.

—Vaya vaya... —murmuró Duacro cuando hubo terminado—. Puede que resulte más útil de lo que pensaba.

Y, con aquellas palabras, que fueron acompañadas por el tintineo de las cadenas que la aprisionaban, hizo que la soldado y su nave desapareciesen sin dejar rastro.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now