25. El otro lado del espejo

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Esen no se dejó ver hasta el próximo atardecer

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Esen no se dejó ver hasta el próximo atardecer. En cuanto llegó, el elemental del aire expresó su admiración por las flechas y los alimentos que habíamos obtenido en su ausencia. También destacó el buen estado del lobo, que cada vez estaba más fuerte, y observó que, con los amaneceres, Trasno se volvía más insoportable.

Llevaba razón en todo.

Con la ayuda de Alya, diseñé un sistema de nudos para que las telas rubíes me permitiesen cargar las flechas a la espalda. Era una de las cosas más horrorosas que había visto nunca. La naturaleza mágica del arco agravaba su fealdad, pero lo importante en la vida se escondía más allá del aspecto. El fácil acceso a los proyectiles se tradujo en más comida que poner sobre la mesa. O sobre el plato. O ensartada en un palo en medio del bosque.

Los atardeceres se sucedieron entre la lectura del diario de Adaír, el estudio de la energía transmutada y los intentos fallidos de contactar con Duacro. Dormía abrazada al lobo todas las noches, y ver cómo ganaba vitalidad y se volvía más travieso lograba alegrarme incluso en los momentos más oscuros.

—Me complace ver que no soy el único que disfruta de pasar el tiempo en los bosques —dijo una voz a través de los árboles.

Àrelun se abrió paso entre la vegetación y se detuvo junto al lobo, que retozaba en la hierba. El elfo había tardado tres amaneceres en regresar y mi corazón se calmó con su presencia. Los demás compartieron mi entusiasmo, incluido el lobo, que se coló entre sus piernas en busca de atención.

Láevei, elïdul, láevei —le dijo mientras le acariciaba el lomo. Àrelun se agachó frente al animal, aunque sus movimientos carecieron de la gracilidad que solía acompañarlos—. ¿Le habéis puesto nombre al fin?

—Estábamos esperando a que nos honrases con tu gran intelecto —respondí mientras recogía las pieles que había dispuesto alrededor del fuego.

—¿Es que ahora te vas a dedicar a la confección?

—No sabíamos cómo decírtelo, adoratréboles —se burló Trasno—, pero creemos que necesitas un cambio de estilo.

La malicia del duende aumentó la confusión del Àrelun.

—Queremos hacer una aljaba —le expliqué.

El elfo palideció tras ver el lugar en el que guardaba las flechas y los demás se miraron divertidos. El espanto de Àrelun dio paso a la curiosidad, así que el recién llegado se acercó para sostener una flecha entre los dedos. Su rostro se transformó en una mueca de profunda admiración.

—Increíble... —susurró.

—Me pregunto quién será más diestro con el arco... —murmuró Alya, que despertó un brillo pícaro en los ojos del elfo.

* * *

—¡Estimadas criaturas apestosas! —exclamó Trasno desde lo alto de una roca—. ¡Me complace darles la bienvenida a la Primera Competición de Tiro con Arco del País de los Fugitivos y Delirantes! A la izquierda encontramos al señor de las tierras de Iderendil, conocido por su pésimo gusto a la hora de vestir ¡y por ser el orejas puntiagudas con mayor destreza de la Dinastía del Manantial de Loto!

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now