61. Un recuerdo enterrado en el desierto

397 130 90
                                    

Avisadme en cuanto se cumpla la meta que subo el siguiente ❤

Al final del cap os pido un favor 👉👈

Al final del cap os pido un favor 👉👈

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Me desperté aturdida. El dolor revivió en cuanto me incorporé. Me encontraba en la sala de sanación. A mi alrededor flotaban cristales que brillaban con los colores del océano y los aparté para tomar el vaso que levitaba junto a la cama. La escarcha que cubría el cristal me humedeció los dedos y el agua de manantial arrastró los restos de arena que me rascaban la garganta. Los recuerdos de las dunas ennegrecidas me hicieron estremecerme, lo que permitió que sintiese la tensión de las algas bioluminiscentes que tenía pegadas al cuerpo. Tiré de la lámina celeste que me cubría el brazo y su ausencia dejó a la vista las gotas saladas que se repartían sobre mi tez perfecta. Ya no había heridas ni cicatrices. El fuego que me había quemado la piel no era más que un recuerdo enterrado entre el desierto.

Me levanté con un nudo de angustia en la garganta. Deslicé la mano en el saco de lágrimas de luna, que volvía a contener la magia de los clanes. Sentí la energía de mi padre en las yemas de los dedos y el corazón me latió aprisa. Una lágrima esmeralda me liberó de los cristales y me cubrió con prendas celestes que olían a bosque. El calor de la tierra generó un portal que atravesé para llegar a las residencias privadas de la Fortaleza. Los soldados lo habrían salvado. Tendría que estar esperándome.

—¡Papá! —exclamé en cuanto abrí la puerta de su vivienda en el castillo—. ¡Papá!

Mi voz rebotó en las imágenes de agua de nuestros viajes, que llenaban las paredes de momentos felices. Las pirámides del recuerdo fulguraron bajo la luz de las lámparas de sal. El retrato que había pintado de mi madre me recibió en la sala de estar y sus ojos azules me observaron con una vitalidad que me entristeció. Mi padre no estaba en su cuarto ni tampoco en el despacho. Atravesé el corredor negándome a considerar la posibilidad de que ya no se encontrase en aquel mundo.

—¡Papá! —grité con la voz rota.

Pero no hubo respuesta, solo la prueba de un silencio que me acompañaría durante el resto de mi vida.

Las lágrimas me empañaron los ojos y corrí por los pasillos hasta que alcancé la última estancia de la casa. La cocina me recibió con el aroma del té de canela que me preparaba siempre que estaba angustiada y el dolor me dibujó ríos de plata en las mejillas. Sobre la encimera, junto a los ramilletes de hierbas antiguas que crecían en nuestro invernadero, se encontraba el pequeño recetario que nos había hecho felices durante helios.

—Papá... —sollocé mientras apretaba el libro contra el pecho.

La brisa sacudió un pedazo de papel de algodón que había quedado oculto con los atardeceres. Las palabras que me había escrito con agua de mar fulguraron bajo la luz de las lámparas y luché contra el dolor que me fragmentó en pedazos cuando las leí.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now