56. Un cuento de bosque y libertad

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La temperatura descendió en cuanto llegué a la Cumbre Solitaria, así que me envolví en la capa que vestía mientras me adentraba en la oquedad de Kira

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La temperatura descendió en cuanto llegué a la Cumbre Solitaria, así que me envolví en la capa que vestía mientras me adentraba en la oquedad de Kira. Mrïl se acercó para recibirme y Celeste me dedicó una sonrisa triste. No había nadie acompañándola excepto Ígnea. La ámbar descansaba en una cama que olía a bosque y libertad, sensaciones que no parecían bastar para que recuperase la consciencia. Su rostro conservaba la calma y tendría buen aspecto de no ser por la extraña palidez que se había apoderado de su piel tostada.

—¿Todavía no se ha despertado? —pregunté mientras me acercaba a mi amiga.

—Kira dice que no tardará en hacerlo, pero los latidos pasan y no hay cambios y...

La voz de Celeste se convirtió en un susurro y la envolví en un abrazo que silenció parte de sus sollozos.

—Va a ponerse bien, ya lo verás —prometí mientras le acariciaba el cabello.

—¿Cómo te ha ido en Aqua?

Me encogí de hombros, incapaz de encontrar una respuesta, y suspiré.

—Siento haberme marchado...

—Por favor, no te disculpes —me interrumpió—. Conozco la situación en la que nos encontramos.

—Será mejor que regrese. Los neis se ponen cada vez más nerviosos y el Consejo multiclan se reúne constantemente. Los cambiantes y los enanos no parecen llevarse muy bien, por no olvidar que todo el mundo odia a Àrelun y que la tensión entre los humanos y los elementales está a punto de estallar.

Celeste me dedicó una sonrisa a medio camino entre la incredulidad y la diversión.

—Ya, yo tampoco sé en qué momento mi vida se ha convertido en un cuento para niños —dije antes de darle un abrazo de despedida—. ¿Me avisarás en cuanto se despierte?

Mi amiga asintió y Mrïl se levantó para acompañarme de vuelta a casa. La brisa que me azotó el rostro en cuanto se movió me hizo comprender que había utilizado su magia para mantener el ambiente en calma y lo acaricié con agradecimiento. El lobo me miró con cariño y tomé una lágrima rubí mientras nos dirigíamos al túnel más cercano.

—¿Moira?

Me volví hacia el rostro alegre de Celeste y tardé un latido en comprender que mi nombre no había brotado de su boca, sino de la de Ígnea. Mi amiga se abalanzó sobre su compañera y le acunó el rostro con ternura. El beso que compartieron estaba cargado de felicidad, pero también de angustia y miedo. Ígnea la atrajo hacia ella como si requiriese de su cercanía para respirar y me removí incómoda, pues reconocí en ella la misma necesidad que me invadía cuando pensaba en Killian. Mrïl me miró como si pudiese leer mis pensamientos y le acaricié la cabeza con una sonrisa amarga. Hacerlo todo sola era difícil, pero aceptar que dependías de otra persona sin caer presa del miedo era todavía peor.

El engaño de la calma (Completa)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin