Tan oscuro como la desesperanza

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El escudo de hielo que protegía a Aidan y Moira cedió bajo el peso de la energía transmutada y se fragmentó en mil pedazos

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El escudo de hielo que protegía a Aidan y Moira cedió bajo el peso de la energía transmutada y se fragmentó en mil pedazos. Las tarántulas cayeron sobre ellos con un hambre insaciable, propagándose hasta alcanzar a los demás Aylerix. Cientos de patas peludas les recorrieron el cuerpo. Las sombras les clavaron los colmillos venenosos en la carne. Los gritos de los soldados se abrieron paso entre las tinieblas que los acorralaban. Moira se encontró con decenas de ojos que reflejaban su propio sufrimiento. El horror la hizo estremecerse. Los neis se arrodillaron sobre la tierra contaminada, cegados por el dolor, y buscaron a sus amigos con la mirada. Las tinieblas los asfixiaron. Las sombras se volvieron tan opacas que los sumieron en una noche de gritos y angustia eterna.

Y entonces todo se detuvo.

Las sombras desaparecieron. Las criaturas se consumieron entre gemidos afilados. La hiedra de espinas que buscaba atravesar el abdomen de Quentin se desvaneció, dejándole la marca de los dientes sobre la piel. Max se levantó aturdido y con el rostro teñido de sangre.

—Imposible... —murmuró Mónica con una sonrisa incrédula.

Más allá de los cadáveres, al otro lado del jardín, descansaba el cuerpo sin vida del nei consumido por la energía alquímica. La magia transmutada que le oscurecía las venas había desaparecido. De su frente sobresalía la flecha de plumas de pírsalo que le había arrebatado la vida. Moira parpadeó, sorprendida por haber dado en el blanco, e hizo un gesto con los dedos. El hechizo que había lanzado sobre los proyectiles funcionó y permitió que la flecha regresase a ella para posarse sobre su mano.

—¿Le has disparado con eso? —preguntó Aidan mientras señalaba el arco endeble que sostenía la joven.

El Aylerix se rio y la miró con orgullo. Y entonces salió volando por los aires.

Los soldados gritaron su nombre. Una fuerza oscura tomó a Moira por los pies y la lanzó contra los árboles en llamas. La espalda de la joven colisionó contra la corteza ardiente, que le robó un gemido antes de caer al suelo.

—Esto me está trayendo demasiados recuerdos que creía olvidados —murmuró con los puños apretados.

Moira analizó su entorno, paralizada por el dolor. Las sombras estaban ganando la batalla. Se replegaban al cielo nocturno, ocultas a los ojos de los neis, y esperaban el momento oportuno para atacar.

—¿Y qué quieres que haga? —le gritó al aire.

Una ráfaga de viento cargada de maldad la obligó a volverse en la dirección opuesta. En cuanto vio la masa de energía oscura que se dirigía a ella, dio un paso atrás. El terror le erizó la piel de la nuca. Los árboles en llamas le bloquearon el paso. El calor del fuego agravó el dolor de las quemaduras que tenía en la espalda.

—El apoyo moral es estupendo, Esen, aunque un poco de ayuda tampoco me vendría nada mal —protestó sin perder de vista a las tinieblas.

El monstruo formado por pesadillas se abalanzó sobre ella. Moira trató de huir, pero no fue lo bastante rápida. La joven rodó sobre el jardín, cubierta por un manto de oscuridad que le apuñaló el corazón. La maldad le quemó la piel. Las garras le atravesaron las entrañas y la hicieron retorcerse por el dolor. Una luz obsidiana se abrió paso entre sus gritos. Moira chilló hasta que le dolieron las cuerdas vocales y le fallaron las piernas. El cúmulo de sangre y cenizas que ocultaba la hierba le humedeció las rodillas. El poder de la energía alquímica detuvo el paso del tiempo. La joven luchó contra la agonía que le robaba el aire y abrió los ojos. Parpadeó con las mejillas bañadas en dolor y llevó la mano al saco de cuero que le colgaba del cinturón.

El engaño de la calma (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora