Secretos y verdades

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Ese mismo anochecer

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Ese mismo anochecer

Killian tenía los dedos cubiertos de escarcha. La rabia le envenenaba la sangre y le ralentizaba los latidos. Jamás se perdonaría por haberle hecho daño. Fue su magia la que atravesó el cuerpo de Moira con dagas de hielo. Fue su magia la que provocó que la sangre manchase la hierba a sus pies. Fue su magia la que le arrancó aquellos gritos de dolor visceral que jamás olvidaría.

La puerta se abrió y el pasillo se iluminó con la luz que brotó de la sala de sanación. En cuanto vio a Ixe Flame caminando hacia él, Killian desvió la mirada al suelo. El padre de Moira le posó una mano en el hombro, lo que no hizo más que aumentar la vergüenza que sentía.

—Ixe Flame, yo...

—Ha sido un accidente, hijo. Moira está bien.

Killian lo miró arrepentido. Mateus le sonrió antes de abrazarlo y el jefe del clan permitió que el hombre al que tanto admiraba lo reconfortase. En el ámbar, el Ix Realix había encontrado una sabiduría que le recordaba a su padre, por lo que esperaba poder aprender de él para guiar al reino como Adaír habría querido.

Tras la huida de Moira, Killian y Mateus habían pasado incontables atardeceres juntos, unidos por el deseo de encontrarla y de proteger al clan de los ataques de Catnia. La relación que se había forjado entre ellos le recordó lo que era tener una figura paterna a la que recurrir cuando te sentías perdido, y por ello, Killian estaría eternamente agradecido.

* * *

Moira atravesó el portal de luz escarlata que la llevó a la Casa Aylerix. El lugar estaba sumido en una calma perfecta. Después de asegurarse de que no había nadie acechando entre las sombras, la joven entró en la armería. Los buenos momentos que había vivido allí le calentaron el pecho, aunque, como todo lo demás, la sala había cambiado en su ausencia.

En la esquina más alejada de la puerta se erigía una celda de barrotes de agua y arena que emitían destellos sobre las paredes de piedra. En la mesa que había junto a ella se sentaban Aidan y Mónica. El aqua tenía los hombros hundidos y la mirada perdida en las manos de la obsidiana, que se entrelazaban con las suyas en una clara muestra de afecto. En sus muñecas brillaban dos idrïx idénticos —avivados por los colores de sus gemas elementales— que llevaron a Moira de vuelta a aquel atardecer lluvioso en el que habían aceptado el vínculo nywïth en medio del bosque.

Mónica se apoyaba contra Aidan y le acariciaba los dedos en silencio. La obsidiana no necesitaba más para expresar un amor que se había forjado hacía tantos soles que se sentía en los propios huesos. Aidan se incorporó y le depositó un beso en la frente. Al hacerlo, vieron a Moira caminando hacia ellos.

—¿Estás bien? —le preguntó Mónica con la voz teñida por la preocupación.

—Como un dragón de cristal sobrevolando el cielo en una noche de tormenta.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now