58. Un gasto de energía inútil

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Me resultaba extraño encontrarme en el Baldío Prohibido rodeada de tantas personas

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Me resultaba extraño encontrarme en el Baldío Prohibido rodeada de tantas personas. En aquellas dunas había vivido algunos de los momentos más duros que recordaba, aunque estaba segura de que los próximos atardeceres me regalarían incluso peores vivencias. La muerte era inevitable. Si me esforzaba, casi podía sentir su presencia entre las filas de soldados. Eran muchos los que habían perecido protegiendo a los seis reinos y sentía pavor en cuanto pensaba en las vidas con las que tendríamos que pagar el precio de la victoria.

Si es que lográbamos alcanzar la victoria.

El ejército de Vulcano se extendía por el valle y la oscuridad le ganaba terreno al vibrante naranja del desierto. El enemigo se encontraba cada vez más cerca. En el campamento, sin embargo, la moral estaba alta. El hechizo de los Vitae fue una grata sorpresa para las tropas y la protección que nos brindaba la barrera permitió que los soldados disfrutasen de un merecido descanso. La mayoría llevaban luchando desde el previo amanecer y una parte de mí no comprendía cómo lograban mantenerse en pie.

Nos habíamos reunido en las cimas de las montañas hacía varias posiciones. La sierra estaba repleta de tiendas y asentamientos en los que los soldados encontraban reposo y abrigo de las altas temperaturas, puesto que, al parecer, la temporada autumnal había llegado a todos los puntos del reino menos a la frontera entre las Tierras Ardientes y el Baldío Prohibido.

—Creo que nunca comprenderé cómo lograste sobrevivir a este lugar —me dijo Aster mientras se limpiaba el sudor de la frente.

«Las ganas de vivir son el arma más poderosa con la que cuenta un nei» —respondió Adra con sus palabras de humo celeste.

El sanador y sus aprendices llegaron a través del portal que nos conectaba con la Fortaleza, al igual que los agentes del castillo, que repartían comida y cantidades ingentes de nögle entre los soldados. Los soles avanzaron tras las tinieblas y las tropas, curadas y alimentadas, se turnaron para descansar. Los vigías se mantenían alerta y mis alumnos, además de asistir con el reparto de armas y pociones, se ocupaban de ayudar a Sterk a medir el deterioro del hechizo. El diamante estaba cansado, como todos los demás, pero en sus ojos brillaba una lucidez que lo hacía parecer incluso más joven.

—Hace edades que no lo veía tan lleno de vida —confesó Vayras en cuanto se acercó. El Ixe me tendió un cuenco con agua fresca que agradecí y su mirada se perdió en el rostro de su viejo amigo—. No sé qué le habéis hecho, pero es admirable.

—Lo más duro de la locura es la certeza de saber que estás solo en un mundo que nadie más comprende. Descubrir la compañía de aquellos que te hacen sentir escuchado es un regalo del que nadie debería ser privado nunca.

Vayras me observó durante varios latidos antes de volverse hacia el campamento.

—Les habéis dado a los soldados el respiro del que dependía nuestro futuro, debéis de estar orgullosos.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now