18. Ofrendas

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Recordaba los atardeceres en los que creía que soportar a Trasno y Esen era difícil

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Recordaba los atardeceres en los que creía que soportar a Trasno y Esen era difícil. Por aquel entonces, mi pobre mente fragmentada no sabía que tendría que aguantar las constantes discusiones entre Alya y Àrelun. Seguro que Trasno se arrepentía de haberlos invitado a acompañarnos. La sílfide estaba enfadada por algo y el elfo albergaba un rencor hacia ella que prometía permanecer inalterado durante toda la vida. Las chispas que saltaban entre ambos no necesitarían más que una ligera brisa para prenderle fuego al bosque; un incendio que amenazaba con consumirnos a todos.

Aquel era el tercer amanecer que despertaba junto a los árboles de lluvia. No sabía si nos encontrábamos en un lugar perdido del reino o si aquella zona estaba bajo la protección del Bosque de Hielo Errante, pero, por el momento, nadie había dado con nosotros. Gracias a la fuente de agua inagotable que había a mi disposición, estaba más limpia de lo que lo había estado jamás. El aroma de las hierbas y los frutos del bosque me acariciaba la piel y la suciedad que me manchaba la ropa había desaparecido. Las prendas seguían rotas y gastadas, pero al menos me sentía descansada y plena. ¿El único problema? Duacro había desaparecido.

La niebla del cristal aurático se mantuvo púrpura durante el primer anochecer que pasé en el bosque, pero con la llegada de los soles, el vínculo se quebró. La energía que albergaban las paredes de cristal se había consumido y, cuando lo tocaba, ya no sentía la magia que nos unía.

¿Qué significaba aquel silencio? ¿Dónde estaba la criatura? Mi mente valoraba todas las posibilidades, pero al final de cada atardecer, solo había cabida para un pensamiento: la certeza de que no lograría ganar aquella guerra sin Duacro.

El lobo interrumpió mis cavilaciones. Sonreí y hundí los dedos en su pelaje apelmazado y sin brillo. Había llegado el momento de lavarlo. Me serví de la pasta que había creado con hierbas y frutos del bosque para deshacer los nudos que impedían que se tumbase con comodidad. El animal se mostró reticente, pero en cuanto descubrió que el procedimiento incluía un masaje sobre sus músculos doloridos, se estiró para darme acceso hasta el último rincón de sus garras. A pesar de las facilidades que nos proporcionaba el bosque, seguía débil y desnutrido. La piel se le colaba entre las costillas y sus patas no lograban mantenerlo en pie durante todo el atardecer.

—Necesita carne —murmuró Àrelun con desgana.

El elfo descansaba contra la corteza de un árbol mientras tallaba —o destrozaba— un trozo de madera que había recogido del suelo.

—Iré a cazar en cuanto se aproxime el atardecer.

—¿Con esa daga desgastada a la que tanto te aferras? —se burló.

—Llevo amaneceres pidiéndote el arco, pero te niegas a prestármelo.

—El arco de un elfo es algo sagrado, humana. He aquí otra muestra de tu falta de conocimiento.

—¿Alguien me recuerda por qué sigue castigándonos con su presencia? —pregunté, cansada de su arrogancia.

—Porque cree que puede hacer lo que le plazca, cuando le plazca y donde le plaza —respondió Alya enfadada.

Los ojos del elfo centellearon. Trasno y Esen me miraron suplicantes. ¿Quién me mandaría abrir la boca? Àrelun golpeó el árbol en un gesto impropio de alguien que le profesaba amor a los bosques y, para sorpresa de todos, avanzó hacia mí y me tendió el arco.

Fruncí el ceño antes de desviar la mirada hacia el arma que me ofrecía. El tallado- se extendía sobre la madera como una segunda piel. Los trazos en un idioma desconocido brillaban con el color de la plata, al igual que los ornamentos se propagaban por las curvas y los extremos del arco. Era precioso. El hormigueo que sentí en los dedos me animó a acariciar su superficie. Sin embargo, apreté el puño y me volví hacia el elfo.

—¿No me acabas de decir que es sagrado? —protesté mientras dejaba caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo.

Àrelun arrugó la frente. Aquel elfo presuntuoso siempre se lo tomaba todo a la tremenda. Separé los labios para disculparme por haber ofendido a los huesos de sus ancestros, que encontraban sepultura bajo las Cascadas de la Cordura de mi Mente. El joven dio un paso atrás, como si estuviese hecha de fuego elemental.

Y entonces sonrió.

Fue un acontecimiento extraño. Como el momento en el que el cielo se despeja para permitir que veas un atardecer que ya considerabas perdido. Como cuando caminas distraída por la calle y, de repente, descubres una brillante luna llena entre los edificios que te ilumina el camino. La sonrisa de Àrelun tenía el mismo poder que un sol durante un eclipse: aunque su fuerza era cegadora, se mantenía oculta tras una máscara de oscuridad.

—Puede que no estés tan perdida como pensaba, humana —dijo recuperando su altivez habitual—. Además, era improbable que lograses utilizar un arma tan sensible como esta.

—Deja de hablar —le pedí mientras acariciaba al lobo—, lo estás estropeando.

—Si me ofrezco a enseñarte a fabricar tu propio arco, ¿también me rechazarás?

Me volví hacia él de inmediato. Temía que se tratase de otro de sus comentarios irónicos, pero en los ojos del señor de las tierras de Iderendil solo vi sinceridad.

¡Meridiëi ! —exclamó Alya alterada—. ¡Zúa luldyem hâflel !

La rabia que reflejó el rostro del elfo me sorprendió. Miré a Esen y Trasno en busca de una explicación. Alya batió sus hermosas alas iridiscentes y se acercó a Àrelun.

—Lïaoyel-

¡Hu hedlem lï lïaoyel ! —la interrumpió el elfo.

Alya agachó la cabeza, afectada por el poder de las palabras de Àrelun. La joven lo miró suplicante.

—Là hu tludym xáldel susurró él mientras me señalaba.

Busqué a Trasno aturdida, pero el duende mantuvo el contacto visual con Esen antes de dedicarme una mueca de aburrimiento. El elfo dio por terminada la conversación y se volvió hacia mí con ojos tristes.

—Lo primero que necesitarás será encontrar un árbol fuerte y antiguo al que hacerle una ofrenda.

Y, con aquellas palabras, comenzó uno de los atardeceres más duros que había vivido en lunas.

Y, con aquellas palabras, comenzó uno de los atardeceres más duros que había vivido en lunas

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🏁 : 90👀, 42🌟 y 40 ✍

Dice el refrán que "otro vendrá que bueno me hará"... Moira se quejaba de nuestro querido Trasno y ahora... 🤡

¿Qué se tercia entre Àrelun y Alya? 🤨

¿Y qué pasa con Duacro? 🤔

Al menos, el lobito sigue con nosotros... 🐺

Àrelun sonriendo es el nuevo milagro 🤣

Espero que os haya gustadoooo 🥰

El engaño de la calma (Completa)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant