28. Memorándums

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¡Capítulo largoooo! Léelo seguido cuando tengas tiempo.

Seguí la línea de corredores que había trazado y no me sorprendió descubrir que la mayoría no contaban con seguridad

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Seguí la línea de corredores que había trazado y no me sorprendió descubrir que la mayoría no contaban con seguridad. Imagino que, cuando tenías a un ser de energía oscura protegiendo tu guarida secreta en una colina subterránea, no te preocupabas demasiado por aquellas nimiedades.

Me las arreglé para esquivar a los centinelas que protegían entradas y vigilaban salidas. Los Ixes que atravesaban los pasillos, sin embargo, no corrieron la misma suerte. Las puntas de hielo errante se tiñeron de escarlata, recordándome que no importaban ni la fortuna ni nuestro lugar de procedencia, pues, al final del ciclo, todos sangrábamos igual.

Me agaché tras las dos esculturas rubíes que custodiaban el lugar escogido por Duacro. Si la criatura estuviese junto a mí, adentrarse en la sala sería tan sencillo como volar sobre un pegaso, pero como yo no poseía el don de manipular mentes, me vi obligada a improvisar.

La flecha anaranjada atravesó el jarrón que descansaba a los pies de una mujer de cristal. El sonido alertó a los soldados que flanqueaban la entrada, que se miraron tras descubrir la flecha entre las rosas aterciopeladas.

Fueron demasiado lentos.

Un centinela cayó de rodillas antes de llevar las manos a la saeta que le atravesaba el pecho. Su compañero generó una brisa que invocó la magia de las gemas, pero no bastó para detener el proyectil que aterrizó en su abdomen. Acabé con la agonía de ambos disparándoles por segunda vez. Cuando se desplomaron abatidos, recuperé las flechas. Dudé entre ocultar los cadáveres para fingir que allí no había pasado nada y arriesgarme a que alguien los descubriese y diese la alarma. El cambio que se produjo en el poder elemental decidió por mí.

Abrí la puerta con cautela. La adrenalina me aceleró las pulsaciones. Llevaba lunas esperando aquel momento. No podía fallar.

La tiara de aquamarinas que descansaba sobre la cabeza de Catnia centelleó bajo la luz de las lámparas rubíes. Recordé el azul oscuro de sus ojos, que evocaba a las profundidades del mar del norte. El cabello, tan negro como el escudo de tinieblas que protegía aquellas galerías, le caía sobre los hombros y descendía sobre su unüil de Ix Realix.

La mujer tenía las manos sumergidas en un cuenco de cristal que contenía un líquido tan brillante como la luz de las propias lunas. La mesa en la que se apoyaba estaba repleta de libros y cristales. Tras ella se alzaba una estantería monumental, atestada de pócimas e ingredientes multicolor que ocultaban el espacio que se extendía al otro lado.

Catnia murmuraba palabras incomprensibles, aunque la felicidad que le brillaba en el rostro bastó para alarmarme. El poder elemental se intensificó. La Ix hizo que un libro levitase junto a varios tarros con cristales y piedras brillantes. La aqua sostuvo el cuenco de líquido argénteo entre los dedos y el resto de objetos la siguieron más allá de la estantería.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now