12. Vivir de rodillas

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Los atardeceres pasaron en calma gracias a los víveres que me había entregado Duacro

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Los atardeceres pasaron en calma gracias a los víveres que me había entregado Duacro. La criatura tenía muchas carencias, siendo la más notable su humanidad, y por eso me sorprendió que me ofreciese agua y alimentos sin pedir nada a cambio. Aunque no comprendía qué había motivado tal acto de bondad, me sentía muy agradecida. Eran aquellas provisiones las que nos permitían mantener el ritmo estable que nos adentraba en el desierto y nos alejaba cada vez más de las patrullas que nos pisaban los talones.

—¡Mira cómo se mueve! —exclamó Trasno emocionado.

Tras pasar las últimas puestas de los soles en armonía, mis acompañantes parecían estar de mejor humor. Los ojos violetas de Esen miraron entusiasmados al lobo, que se las arreglaba para caminar junto a nosotros. Se había puesto en pie por primera vez hacía dos amaneceres y su mejora se manifestaba con cada latido. Todavía estaba débil y en los huesos, pero las provisiones que compartíamos lograban mantenernos con vida en aquel entorno abrasador.

Me detuve sobre la cima de la duna más alta con la que nos habíamos topado hasta el momento. El aspecto del Baldío Prohibido se agravaba con cada paso que dábamos. La temperatura extrema y los desniveles del territorio nos robaban el aliento y hacía atardeceres que no veíamos nada más que arena.

Al menos, hasta que distinguí una masa azulada en la distancia.

—¿Qué es eso? —pregunté con el corazón acelerado.

—¿El qué?

Esen me observó confundido. Señalé el bosque que se abría paso entre la arena, deseosa por descansar entre los árboles, pero cuando me volví para encontrarlo en la inmensidad, ya había desaparecido.

—¿Ahora también tenemos espejismos? —se burló Trasno—. ¿Qué será lo próximo? ¿Profecías? ¿El parte meteorológico?

—No, instintos homicidas.

—Oh, Arenilla, pero si esos ya los tienes desde hace helios...

El duende se las arregló para hacerme reír a pesar de la situación. El momento de paz fue ínfimo, ya que, poco después, el lobo se desplomó sobre la arena con un gemido. El animal se estiró para lamerse las patas, angustiado por su propia debilidad.

—Por hoy ya has tenido suficiente, ¿eh? —le pregunté mientras lo acariciaba.

La tristeza que reflejaron sus ojos se me clavó en la garganta. Yo también estaba cansada de vivir en aquella impotencia.

—Cada vez queda menos —me recordó Esen.

Para bien o para mal, el final estaba cerca.

Rodeé al lobo y lo levanté con un jadeo doloroso. El animal se acurrucó contra mi pecho, aliviado por no tener que quedarse atrás, y entonces me atacó.

Sus colmillos se agrandaron y sus fauces se lanzaron hacia mí a toda velocidad. El dolor, sin embargo, no llegó. El lobo me lamió la mejilla en un gesto tan cauteloso como inesperado.

—¿Ahora somos amigos? —cuestioné, sorprendida por su comportamiento.

—¿Crees que lo podremos entrenar para que les muerda el culo a los soldados que nos persiguen? —me preguntó Trasno.

—En el estado en el que se encuentra, no aguantaría mucho defendiendo nuestro honor —se lamentó Esen.

—Te sorprendería lo que puede llegar a hacer uno cuando se encuentra entre la espada y la pared.

La gravedad de mis palabras nos silenció al instante. Suspiré con la mirada perdida en el bosque fantasma. El calor me quemaba la piel. Nuestras reservas de agua estaban peligrosamente bajas. Necesitábamos salir de aquel lugar cuanto antes.

Cerré los ojos y me imaginé lejos del Baldío Prohibido. En el corazón del reino ya habrían aparecido las primeras gotas de rocío de la temporada. Los bosques en los que hubiese especies antiguas cambiarían de color con la cercanía al equinoccio, ya que sus hojas morirían para confirmar el fin de un ciclo y el nacimiento de otro.

—Una segunda oportunidad —susurré mientras retomaba el camino.

Los colores del atardecer tiñeron el horizonte; pronto las estrellas nos deleitarían con la belleza del cielo nocturno. Algo se removió en el límite de mi mente y trastabillé, afectada por un latigazo de dolor repentino. Posé al lobo sobre la arena con el pulso acelerado. Aquella debilidad solo tenía un nombre: magia.

—¡A cubierto! —exclamé alarmada.

Un estallido de poder turquesa atravesó el aire. La arena cedió bajo mis pies y me caí al vacío. Rodé duna abajo. El dolor silbó entre mis huesos. El calor me derritió la piel. Me agarré a la pendiente natural por la que descendía, pero la arena se me coló entre los dedos y me obligó a caer. Una sombra se cernió sobre mí.

La nave añil estaba pilotada por la soldado que se mantenía en pie sobre ella. Sus ojos centellearon con rabia tras detenerse en mi cabello. El ataque me había privado del turbante y, sin su protección, los colores del océano brillaban libres entre mis trenzas oscuras. Quién me iba a decir que aquel maldito mechón sería más efectivo que las dichosas acreditaciones de identidad del reino.

—¡Corre! —me gritó Trasno.

Sentí la magia antes de verla. Me deslicé sobre la arena para esquivar el ataque que la aqua lanzó en mi dirección. Un estruendo metálico resonó a mi espalda. En el espacio que ocupaba latidos atrás, descubrí una jaula de barrotes tan oscuros como mi futuro.

—¡Cuidado! —bramó Esen.

La nave se dirigió a mí mientras la soldado preparaba su próxima ofensiva. Eché a correr, aunque en el fondo sabía que no tenía a dónde ir. Serpenteé por la arena tratando de esquivar el ataque de la aqua. El poder de las gemas me apuñaló el pensamiento con manos invisibles y me desplomé con un gemido. El vehículo se acercó entre la bruma. Deslicé la mano en el saco de cuero que me colgaba del muslo, preparada para despedirme de mi última lágrima de luna.

—Mejor morir de pie que vivir de rodillas —susurré mientras me enfrentaba a la soldado.

El frescor del bosque me acarició la piel y el aroma mentolado me despejó el pensamiento. Observé la esfera esmeralda que brillaba entre mis dedos. El rostro de Max cobró vida en mi memoria.

—¡Moira!

Intenté evitar el ataque, pero no fui lo bastante rápida. El orbe de plasma de la aqua me lanzó a través de las dunas. La arena me atravesó la carne y me arañó los ojos. Convulsioné en el suelo, afectada por la debilidad que me causaba la magia. El poder de la esmeralda centelleó, protegiéndome de los estallidos de energía que la soldado enviaba en mi dirección.

—¡Ríndete, asesina! —exclamó desde lo alto del cielo.

—¡Ríndete, asesina! —exclamó desde lo alto del cielo

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🏁 : 90👀, 40🌟 y 40 ✍

Hoy me encuentro un poco mal, así que responded aquí a mis preguntas fantasma 👻O contadme lo que os apetezca. ❤️

El engaño de la calma (Completa)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant