10. Los secretos de la verdad

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No nos quedaban cocos

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No nos quedaban cocos. El lobo y yo habíamos consumido el último aquella mañana. Si íbamos a morir, qué menos que hacerlo por todo lo alto, ¿no? Por desgracia, como ya era costumbre, mis acompañantes no aprobaban mis decisiones, lo que provocaba que estuviesen de un humor de tormenta.

—¡Condenada humana insensata!

Los gritos de Trasno se perdieron entre las dunas. El lobo, que se enroscaba contra mi pecho, me miró confundido. Aunque tenía los brazos doloridos de cargar con él durante tantas posiciones, le pasé las manos por el lomo para transmitirle calma. Faltaba poco para el anochecer, pero el calor que reinaba en el Baldío Prohibido seguía siendo insoportable. Esen me miró con sospecha, consciente de la sed que me debilitaba el pensamiento.

—¿Estás preparada? —me preguntó.

—¿Para volver a morir en vida? —intervino Trasno—. Por supuesto que está preparada. Es más, seguro que lo está deseando, porque si no lo desease, ¡no le habría dado todo el agua al condenado animal!

—¡No recuerdo que te quejases cuando te la di a ti porque pensaba que ibas a morir! —exclamé frustrada—. Nada me asegura que no vaya a volver a desperdiciarla, así que, si no te importa, mientras conserve algo de cordura, ¡me gustaría darles mis provisiones a seres vivos en lugar de a alucinaciones que deforman la realidad para que viva enajenada en un mundo en el que ya no hay espacio para mí!

El viento se cargó de tensión. Trasno enrojeció por la ira y Esen le dedicó un gesto que lo animó a calmarse.

—Podemos discutir hasta el amanecer —añadí ponzoñosa—, no tengo nada mejor que hacer.

El duende me miró furioso y lanzó una piedra en mi dirección. En un intento por esquivar el golpe, me caí sobre la arena. El lobo se retorció sobresaltado. Trasno desapareció. Me volví hacia Esen incrédula, pero el elemental se limitó a negar decepcionado antes de ir tras él.

Me quedé sola en medio del desierto. Sin agua ni comida ni seres que me amenizasen la travesía. El cuerpo raquítico del lobo se removió sobre mis piernas. La lucidez del momento permitió que viese los cortes que me atravesaban los dedos y arrojó una perspectiva lúgubre sobre el futuro. Mis ganas de seguir caminando se esfumaron, así que posé al animal sobre la arena y activé el contenedor espacial en busca de las telas que nos protegerían de los soles. Al hacerlo vi el diario azul de Adaír y no me pude resistir a cogerlo. El lobo, que desconocía los secretos que ocultaban aquellas páginas, me miró con curiosidad.

El olor a savia de los árboles de tinta me clavó un puñal en el abdomen, pues me recordaba a un mundo que adoraba y que ya no estaba a mi alcance. Deslicé los dedos por las palabras del antiguo Ix Realix, que cubrían las hojas de algodón de mar con líneas tan oscuras como las memorias que narraban.

El diario contenía decenas de documentos plegados entre las páginas. Había mapas, imágenes y dibujos elementales, informes de huellas energéticas, investigaciones sobre el poder de las gemas y elucubraciones alrededor de la magia alquímica. No se parecía en nada al cuaderno marrón que me había entregado Alis en los corredores del castillo. Aquel primer hallazgo contenía escritos organizados cronológicamente y una caligrafía cuidada y ordenada, al igual que las ideas que expresaba Adaír.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now