31. Las heridas del pasado

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Las sombras se retiraron en favor del amanecer

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Las sombras se retiraron en favor del amanecer. El jardín, que se extendía al otro lado de las ventanas, me recibió con su belleza vivaz. De entre los arbustos de las tormentas surgió un rostro que me saludó con alegría. Tras la diminuta mujer de piedra, aparecieron otras dos criaturas. Sus cejas de musgo azul se alzaron en cuanto repararon en mi presencia. Las melenas de hierba añil que les caían a ambos lados del rostro estaban repletas de flores de escarcha, cuyos pétalos cristalinos refulgían bajo los rayos del alba. Los troles me sonrieron entusiasmados, y cuando les devolví el saludo, se alejaron brincando sobre el césped.

Killian se movió a mi espalda: me había quedado dormida entre sus brazos. Aunque lo intenté, no logré deshacerme de la incomodidad cálida que se acumuló en mi pecho. Traté de zafarme de su agarre, pero la expresión de paz que reinaba en su rostro me distrajo. El agotamiento y las mentiras habían hecho mella en su semblante. La serenidad que reflejaban sus facciones, sin embargo, me bastó para imaginar un futuro libre de las heridas del pasado.

Al otro lado de la puerta resonaron varias pisadas que me obligaron a levantarme.

—Killian —susurré mientras le apretaba el hombro.

Su rostro se iluminó con una sonrisa en cuanto abrió los ojos. El jefe del clan estiró el brazo para acariciarme la mejilla, pero me aparté con un movimiento brusco.

—Viene alguien.

Me acerqué a la ventana y sentí el poder que transformó la ropa de Killian en un atuendo limpio que desprendía el aroma de la lluvia. El amuleto que me colgaba del cuello absorbió la magia sobrante y me protegió del efecto que esta tenía sobre mi mente. El jefe del clan se levantó y se pasó las manos por el cabello. La puerta se abrió. Elísabet llenó la estancia con su presencia. La Ix Realix me dedicó una sonrisa cauta mientras la culpabilidad me teñía las mejillas del color de la vergüenza.

La piel escarchada de la joven se abría paso entre los pliegues de un vestido cerúleo, que descendía por su cuerpo como una cascada y emitía los mismos destellos que proyectaban los soles sobre la superficie del océano. El largo cabello perlado de Elísabet dibujaba ondas que evocaban a la espuma del mar y sus ojos azules, que parecían portales directos a las islas inmaculadas de la costa de Aqua, me miraron con alivio.

—Me alegra ver que tienes mejor aspecto —dijo con voz suave.

Asentí sin saber cómo reaccionar a su presencia. El hombre que se adentró en la sala llenó el silencio con sus pisadas. El sanador me dedicó una sonrisa que le alzó las mejillas. El triángulo invertido que descansaba sobre su frente, simbolizando su rango, centelleó bajo la luz de las lámparas de sal. La melena rizada de Alis sobresalió tras su figura. Killian frunció el ceño, pero su protesta fue silenciada por Elísabet, que le posó una mano en el hombro con afecto. Desvié la mirada de inmediato.

—Ordené que le permitiesen abandonar sus dependencias —explicó la joven.

«Las pruebas son concluyentes, Ix Realix».

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now