17. Curiosa campaña

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Avancé hacia el lugar del que provenían las voces

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Avancé hacia el lugar del que provenían las voces. Oculté la daga bajo la axila y me crucé de brazos. Tardé un latido en darme cuenta de que no tenía la lágrima ámbar conmigo, ya que la había dejado en el campamento, junto al resto de mis pertenencias.

—¡Vete! —exclamó la mujer.

—¿Qué vas a hacer si no cumplo tus deseos, Alya? ¿Condenar otra vez a mi pueblo?

El dolor que tiñó las palabras del hombre me obligó a detenerme tras la vegetación. Temía que me viesen antes de tener la oportunidad de analizar lo que ocurría, pero lo que descubrí más allá del abrigo del bosque fue demasiado para mi mente exhausta.

Primero vi al hombre, que sujetaba a la mujer por el codo para mantenerla prisionera.

Pero ella no era humana.

Y él tampoco.

Si ocultaba las orejas puntiagudas que se abrían paso entre su largo y lacio cabello castaño, él podría haber pasado por un esmeralda. En la parte posterior de su cabeza se unían finas trenzas decoradas con ornamentos de plata. La delicadeza de dichos abalorios contrastaba con los pétalos granates y turquesas que le colgaban de los mechones. La elegancia de sus ropas se coronaba con una armadura argéntea que le cubría los hombros y descendía en forma de pico sobre su pecho. Bajo ella brillaban telas de finos bordados verdes que ondeaban con la brisa y ocultaban sus pantalones oscuros. Las botas le alcanzaban las rodillas y mostraban el mismo cuidado que el resto de su atuendo, aunque su aspecto se veía afectado por la rabia de los tres triángulos rojos que le brillaban sobre la frente.

—¡Tienes que irte! —exclamó la joven mientras forcejeaba.

Su voz etérea imitó a las caricias del viento que le acariciaba el cabello. Tenía los mechones tan largos y lisos como los del hombre, excepto que los suyos presentaban un intenso color púrpura que fulguraba en medio del bosque. La parte externa de los iris de la joven reflejaba un azul pastel; fue el poderoso círculo magenta que le centelleaba alrededor de la pupila lo que me hipnotizó. Su tez, al igual que la del hombre, parecía reflejar la luz que se colaba entre los árboles. Ella también mostraba orejas puntiagudas, aunque mientras las de él estaban repletas de pendientes que le otorgaban mayor rudeza, las de la joven solo mostraban un delicado ornamento dorado que intensificaba su aspecto utópico.

Lo que más me llamó la atención no fueron ni las pecas que salpicaban las mejillas de la mujer ni la rebeldía que se escondía en la apariencia del hombre, ya que de la espalda de la joven brotaban cuatro alas que parecían contener la magia de las gemas. La luz de las estrellas se reflejaba en su superficie iridiscente que, cuando se movía en un ángulo en concreto, brillaba con una gama de violetas tan vivos que podrían iluminar hasta el océano más profundo.

—Por lo menos no son soldados... —murmuró Trasno, entusiasmado por hacer nuevos amigos.

Me llevé una mano a la frente en busca de indicios de enfermedad. La batalla contra los soldados había sido demasiado para mí. Quizá la piedra, la cueva y el bosque no eran más que una invención de mi mente. ¿Quién me aseguraba que no seguía atrapada en una red multicolor desplegada sobre un precipicio creado por los neis?

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now