57. Indiferencia

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—¡Es una locura! —exclamó Sterk en medio de una sala repleta de neis

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—¡Es una locura! —exclamó Sterk en medio de una sala repleta de neis.

—Eso no responde a mi pregunta, Ixe.

—Tiene razón, Moira —intervino mi padre con el ceño fruncido.

—No podremos comprobar si surte efecto hasta ponerlo en práctica, señorita Stone —coincidió una erudita—, y entonces será demasiado tarde.

—¡Ya es demasiado tarde! —bramé furiosa—. ¿Necesitáis que os recuerde el número de víctimas que han caído en los seis reinos? ¡Las tropas de Vulcano destruyen nuestras ciudades y aniquilan a nuestras familias mientras nosotros estamos aquí perdiendo el tiempo!

—Tenemos que hacer algo —me apoyó Cruz—. Llevamos toda la noche trabajando en el hechizo, sería absurdo no utilizarlo ahora.

—Absurdo sería dejarse llevar por la desesperación y asumir un riesgo que no nos podemos permitir, maestro Sagar.

—¡Por el fantasma de la eterna angustia! —exclamé mientras llevaba los dedos al saco de lágrimas de luna—. ¡Lo haré yo misma!

Rebasé al erudito que le había hablado a Cruz con tanta suficiencia y me lancé hacia la mesa que descansaba en el centro de la estancia. Estaba rodeada por una centena de neis refugiados y sobre ella se encontraba la esfera de escarcha incandescente que contenía la lágrima oscura. Los enlaces que brillaban en su superficie emitían destellos turquesas que se reflejaron en mi piel. Antes de alcanzarla, sin embargo, choqué contra un bloque de hielo. Levanté la mirada y me topé con la determinación reflejada en los ojos de Vayras, que me cortaba el paso. Los Ixes formaron un corro alrededor de la esfera para impedir que llegase a ella. Las brasas que vivían en mi pecho se avivaron con rabia.

—Apártate —ordené a punto de perder la paciencia. El Ixe no se movió—. ¡Vayras!

—No puedo permitir que cometa esta locura, señorita Stone. Ambos sabemos que hay demasiado en riesgo.

—Me caías mejor cuando me insultabas por los pasillos —murmuré enfadada, lo que le dibujó una sonrisa en el rostro que aumentó mi irritación—. La última vez que lo comprobé, la lágrima oscura seguía siendo de mi propiedad, así que puedo hacer con ella lo que me plazca.

—Quizá si nos la hubiese mostrado en cuanto se hizo con ella en lugar de entregársela a unos muchachos, no estaríamos en esta situación —reprochó una erudita.

—¡Quizá si os atrevieseis a pensar más allá de vuestros malditos prejuicios estos muchachos no habrían superado el conocimiento que albergáis sobre la energía transmutada en escasas lunas!

Mi voz atravesó la piedra. Los Ixes agacharon la cabeza, pero no se movieron.

—¡Apartaos de mi camino! —exclamé mientras apretaba una lágrima ámbar.

—¡Moira! —me advirtió mi padre.

El fuego me acarició la piel y la magia de las gemas se propagó por la estancia con un estallido azul que me cegó. Los Ixes trataron de alcanzar a Elísabet, pero Cruz y mis alumnos los mantuvieron alejados de la joven, que sostenía el orbe de hielo entre las manos. La energía alquímica me atravesó los poros y Vayras me sostuvo para evitar que perdiese el equilibrio. Sterk me miró con un miedo que correspondí, pues yo también oí la voz del poder oscuro entre nosotros. Su voluntad era férrea y Elísabet gritó con un sufrimiento que la hizo palidecer. La magia le azotó el rostro y le lanzó el cabello y la túnica hacia atrás. La energía de las gemas se entrelazó con el poder alquímico. El orbe emitió una brillante luz celeste que no logró ocultar la oscuridad que guardaba en su interior.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now