50. Legado

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Capítulo largoooooooooo 😍😍

El fulgor áureo que nos separaba de los neis se disipó

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El fulgor áureo que nos separaba de los neis se disipó. Esen y Trasno se miraron sorprendidos. Su desconcierto alcanzó a los Ix Regnix y la palidez que se apoderó de los rostros de los ancianos no hizo nada por calmar su temor. Los ojos azules de Elyon me encontraron entre la multitud, pero me vi obligada a girarme hacia el lugar del que provenía aquella luz tan cálida.

Alya me saludó con afecto y el ereäm dhu me recibió con una sonrisa que correspondí. El hombre de los bosques que me había salvado de morir a manos de Júpiter se encontraba junto a una ninfa de cabellos anaranjados y ojos verdes; la misma que había revivido mi planta boreal. Las diminutas hadas solares que me habían regalado arcoíris en las últimas lunas se acercaron para formar haces de luz a mi alrededor, y las constelaciones que recogían los ojos de la ninfa del océano me observaron desde un rincón. A su lado descansaba un hombre de piel de madera y cabello de hojas granates que tenía ojos de savia rosada. El lignum de la Ciudad Gris se movió para permitir que viese al enano que me había ayudado en el Bosque de Hielo Errante, que asintió en mi dirección.

Di un paso atrás con el pulso acelerado. Las últimas gotas de cordura que poseía se me colaron entre los dedos. Deslicé la mirada por las decenas de criaturas con las que me había topado en los últimos ciclos, pero no fueron ellas quienes capturaron mi atención. Entre los seres de plumas de cristal y escamas iridiscentes se encontraba la fuente de la que provenía aquel brillo dorado que me tranquilizaba con su mera presencia.

Se trataba de las alas más impresionantes que había visto nunca. Eran inmensas, y los ríos de energía áurea que fluían en su interior proyectaban destellos que iluminaban el entorno. Ambas nacían en la espalda de una mujer de ojos tan brillantes como las perlas de mar. La expresión que me dedicó, aunque amable, fue cauta. Me descubrí avanzando en su dirección: había algo magnético en ella.

Tenía el cabello del color del anochecer y entre sus mechones relucían cientos de estrellas. De sus orejas puntiagudas colgaban ornamentos dorados en armonía con las demás joyas. La tez clara de la mujer contrastaba con su largo vestido violeta. La prenda descendía hasta el suelo, donde se convertía en humo que regresaba a la tela en una simbiosis que no alcanzaba a comprender. El atavío estaba cubierto por flores, pero en cuanto me acerqué lo suficiente, descubrí que no poseía tejido. La niebla púrpura se ocultaba tras filas de mariposas del mismo color que movían las alas con una elegancia deliberada. Dos de ellas abandonaron el caleidoscopio que habitaban para revolotear a mi alrededor. Cuando se posaron sobre mis hombros, sentí un cálido murmullo sobre la piel.

La mujer me observó con una calma que logró apaciguar mi intranquilidad. La cornamenta que le nacía en la frente sostenía una impresionante corona dorada que me recordó a los últimos colgantes que me había entregado el ereäm dhu en el bosque. En ellos había descubierto dos alas, una tirara áurea y una flor del mismo color que aquellas mariposas. En mi memoria brilló el símbolo que había visto en los libros de leyendas del mundo antiguo. Se trataba del mismo emblema que rubricaba las pertenencias de Trasno. Sonreí mientras me volvía hacia él.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now