29. Un manto de polvo y astillas

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Los pinchazos que se me clavaron en las sienes llenaron la oscuridad de destellos de luz

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Los pinchazos que se me clavaron en las sienes llenaron la oscuridad de destellos de luz. Llevaba tantas lunas viviendo alejada de los neis que ya no recordaba lo duro que era lidiar con la magia en todo momento. Mi cuerpo había olvidado cómo procesar la energía de las gemas y las lágrimas me bañaron las mejillas incluso antes de abrir los ojos.

La amalgama de ruidos distorsionados que llegó a mí no me ayudó a estabilizarme, ni tampoco lo hizo el mundo blanco que se extendía a mi alrededor. Me incorporé, afectada por el vértigo, y tanteé el suelo en busca del cuchillo rubí o de un arma que me ayudase a defenderme. Solo encontré roca y polvo de cristal.

Algo me reptó por la frente y me alejé asustada. Las sombras le dieron forma a unos ojos tan oscuros como las profundidades del mar. Reconocí las pinceladas que habían dejado los ciclos en el cabello negro de Vayras y me alejé de golpe. La cicatriz que recorría la mejilla del Ixe vibró con su voz.

—Todavía está conmocionada.

Sus palabras activaron los sonidos que inundaban la sala. La estancia estaba a rebosar. Los soldados y los Ixes se miraban los unos a los otros y analizaban el entorno con rostro confuso. La belleza de las esculturas y los objetos que antes fulguraban con el reflejo de las estrellas había quedado reducida a un manto de polvo y astillas.

Los líderes de las patrullas daban órdenes para proteger a sus soldados y capturar a los implicados en aquella infamia. Los gritos rebotaban en las paredes, al igual que la magia, pues en lugar de doblegarse, los aliados de Catnia habían decidido luchar.

Los Ixes que no sabían con qué ocuparse se agruparon alrededor de la antigua Ix Realix. La mujer yacía en un charco escarlata, cubierta por partículas de cristal iridiscente. La flecha que le atravesaba el abdomen se mantenía rígida, al igual que la expresión sin vida de su rostro.

Me encogí para protegerme de la luz añil que brilló ante mí. La magia de Vayras me atravesó la piel y en sus manos se formó una copa de nácar llena de agua fresca. El Ixe me la ofreció con el rostro en calma.

—¿Está envenenada? —pregunté, incapaz de comprender su comportamiento.

El consejero torció el gesto. Una risa disimulada me acarició la piel y me volví para toparme con los ojos azules de Alis. La joven se arrodilló junto a mí, cubierta por un unüil verde que reconocería en cualquier parte. Busqué a Max con la mirada. En su lugar encontré a la Guardia Aylerix al completo.

Las lágrimas habían dejado huella en los rostros de los soldados, que me observaban con tantas emociones que me vi obligada a romper el contacto visual. Me giré hacia Alis, incapaz de creer que se encontrase junto a mí, pero me topé con dos iris aquamarina bloqueándome el paso.

El mar que recogían los ojos de Killian se agitó en cuanto me vio. Mi pulso se resintió bajo la intensidad de su mirada. A pesar de la situación, me descubrí refugiándome en el aroma a lluvia y tierra mojada que me alivió los sentidos. Killian se acercó. Las lágrimas amenazaron con traicionarme. El mundo se apagó a nuestro alrededor.

El engaño de la calma (Completa)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ