Deudas de sangre

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Noventa amaneceres atrás

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Noventa amaneceres atrás

La Cumbre Solitaria brillaba bajo los rayos del alba. Con la llegada de la temporada estival, la Región Nívea estaba exultante. Cada vez faltaba menos para alcanzar el solsticio, y aunque los hrathnis se ocupaban organizando el gran festejo con el que recibían a la época más calurosa de helios, sus corazones lo sentían la alegría propia de aquella época.

La subida de las temperaturas suponía un descenso de la nieve en el territorio circundante a la montaña, que, durante varios atardeceres, se cubriría de flores silvestres y hierba fresca. Además, los animales salían de la hibernación y el peligro de tormentas y avalanchas se volvía insignificante, lo que facilitaba las labores de caza de los hrathnis.

Pero aquel ciclo era diferente.

—Ya han pasado doce amaneceres —se lamentó Celeste—. Está sola en contra de todo un ejército.

Ígnea apoyó la frente sobre la de su compañera y le acarició la mejilla en una muestra de afecto. La hrathni, natural del reino de fuego, no había olvidado aquella oscura tarde en la que, tantos ciclos atrás, creyó presenciar la muerte de la mujer que le había robado el corazón. Ígnea todavía recordaba el color de la sangre de Celeste sobre la nieve, tan vivo que había bañado sus pesadillas incluso lunas después del incidente.

La impotencia que le provocó no poder hacer nada por salvar a la persona con la que tantas caricias había compartido la llenó de oscuridad. La ámbar estuvo a punto de acuchillar a los Aylerix, que presenciaban la muerte de Celeste sin hacer nada al respecto, pero entonces apareció Moira.

Cuando Ígnea llegó a la colonia, la Sin Magia ya tenía una relación estrecha con los habitantes de la cumbre Solitaria. A la ámbar le resultó difícil aceptar la presencia de aquella que se hacía llamar a sí misma Stone, pues, a sus ojos, su comportamiento no era más que una flaqueza.

No era de sorprender, pues el corazón de Ígnea se había oscurecido hacía helios, cuando se le convirtió la lengua en ceniza y las lágrimas, en humo. La joven había abandonado su reino en busca de un lugar en el que existir en paz, lejos del poder exterminador del fuego. En el pasado, en nombre del clan Ámbar, la hrathni había hecho cosas de las que no se sentía orgullosa, y no fue hasta que conoció a Celeste, con su bonita mirada gris y su voz paciente, que la recién llegada empezó a sanar.

Ígnea inició el camino de la redención y por eso jamás se atrevió a pronunciar sus dudas acerca de Moira. Aunque la Sin Magia tenía lazos de amistad más fuertes con unos hrathnis que con otros, todos compartían un cariño que parecía forjado en el mismo fuego de las minas ámbar. La última adición de la colonia no podría hacer nada contra un vínculo tan férreo, así que Ígnea se dedicó a observar en silencio, a analizar cada palabra que salía de la boca de la Sin Magia y valorar la verdad que ocultaba su comportamiento.

A la ámbar le costaba comprender cómo los líderes del Hrath, que lo daban todo por los habitantes de la montaña, se atrevían a ponerlos en peligro permitiendo la presencia de una residente del clan de mayor poder de Neibos. Por supuesto, la respuesta a aquella pregunta no llegó en una revelación inmediata, sino que Ígnea necesitó decenas de lunas para descubrirla.

El engaño de la calma (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora