6. Asfixia

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Ciento dos anocheceres atrás

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Ciento dos anocheceres atrás

Avanzaba a toda velocidad. El bosque me golpeaba y me arañaba la ropa; parecía que también me quería hacer su prisionera. La figura de Killian empequeñeció en la distancia. Ignoré las lágrimas que me quemaron los ojos. No tenía tiempo para distracciones. Había cumplido con mi objetivo. Lo había conseguido.

—¡Corre, Moira! —exclamó Trasno desde la oscuridad.

El sonido de alarma que emitía la Fortaleza se intensificó. Un haz de luz atravesó el cielo y formó una cúpula que comenzó a descender sobre nosotros. Observé la ciudad que se extendía más allá de los muros del castillo. Mi casa, mi hogar, mi seres queridos. Aquella sería la última vez que caminaría entre bosques de hierba añil; que brindaría abrigada por carcajadas en la nöglería favorita de Cruz; que encontraría paz en un abrazo de mi padre.

—¡Moira! —me apuró el duende—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Correr no serviría de nada, así que introduje la mano en el saco de cuero que me había entregado Killian. La estabilidad del poder obsidiana me ayudó a tranquilizarme. De la lágrima de luna nació una nube de arena que atravesé de un salto. Las butacas que aguardaban al otro lado frenaron mi caída.

—¿¡Qué calamares destintados estamos haciendo aquí!? —bramó Trasno histérico.

No podía culparlo, pues la crisis nerviosa del duende era un reflejo del caos que ebullía bajo mi piel. Ignoré nuestros sentimientos lo mejor que pude y me colgué la mochila —que había preparado atardeceres atrás— a la espalda.

—¡La cúpula sigue descendiendo, condenada humana insensata!

Coloqué la escalera de la torre de Adaír sobre la estantería y subí los peldaños hasta alcanzar el antiguo tablero de celdas de mar que descansaba ante mí. La reina y el rey se habían desplomado entre las demás figuras de cristal, así que los obligué a retomar sus posiciones. Ambos bandos se prepararon para el enfrentamiento. Los gritos de alarma que inundaban la Fortaleza silenciaron el tintineo que emitió el artefacto al deslizarse hacia un lado de la balda, empujado por una fuerza invisible. Metí la mano en el compartimento secreto, de donde obtuve un diario azul marino, gastado y con las páginas oscurecidas por la tinta. La magia que contenía la cubierta de cuero me atravesó la piel, por lo que lo guardé en el contenedor espacial de inmediato.

Percibí el estallido del poder antes de verlo. La onda de luz alcanzó hasta el último rincón del territorio Aquamarina. Los gritos de alarma de los habitantes de la Fortaleza resonaron en el exterior. La debilidad me recorrió los huesos y me nubló la visión. El agarre que mantenía sobre la escalera se aflojó. La carga mágica fue demasiado para mi cuerpo desprotegido. El vértigo ganó la batalla y me caí al vacío.

—¡Moira!

Aterricé sobre la alfombra con un golpe sordo. Trasno se arrodilló junto a mí. Me volví hacia la puerta, cegada por el dolor, y aguardé la llegada de los soldados del reino.

El engaño de la calma (Completa)Where stories live. Discover now