Capítulo 10: Espadas y flechas

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Un dolor familiar en la frente despertó a Harry de un sueño plagado de imágenes de muerte y fuego. Los sueños también eran familiares, las caras siempre recordándole los errores que había cometido, las vidas que había tomado o no había podido defender. Casi dio la bienvenida a la agonía que le distraía del dolor del resto de su cuerpo.

Al abrir los ojos percibió una silueta oscura junto a su cama. Sin las gafas no podía ver sus rasgos con claridad, pero no había confusión posible respecto a aquel perfil que se dibujaba contra la luz que entraba por la ventana a sus espaldas. Severus Snape tenía una nariz muy característica, y Harry se preguntó por un segundo si se la habrían roto alguna vez.

– ¿Profesor? –su voz sonaba ronca. ¿Habría estado gritando? Snape, que había estado mirando hacia el exterior a través de la ventana pensativo, se giró de inmediato al oírle. Harry se preguntó cuánto tiempo llevaría allí. Cuando se había dormido la Señora Pomfrey estaba intentando sacar a su padrino y al resto. ¿Se habría quedado Snape allí toda la noche? Creía recordar a alguien acariciándole el pelo, pero ese debía haber sido Sirius, no Snape...

–Ah, señor Potter, veo que ya estamos despiertos –le saludó Snape, con su tono típicamente arrogante que, sin embargo, carecía de la mofa a la que estaba acostumbrado. Harry deseó poder ver mejor su cara, preguntándose si el hombre estaría enfadado con él– ¿Cómo está?

–Bien, señor –respondió Harry de forma automática. No se sentía nada bien. Le dolía la cabeza y el cuerpo, sobre todo el hombro. Pero viviría: eso debía ser suficiente. Creyó haber oído un resoplido de risa de Snape y le oteó de nuevo, preguntándose si aquello que creía ver era el asomo de una sonrisa. Seguramente no. Entonces Snape buscó algo entre sus ropas.

–Encontré sus gafas –le dijo, tendiéndoselas. Para gran sorpresa de Harry, en vez de sencillamente dárselas, se las colocó cuidadosamente en la cara. La habitación se definió y enfocó inmediatamente.

–Gracias –tartamudeó Harry, levantando una mano para empujar las gafas nariz arriba. Descubrió entonces por qué Snape le había colocado éstas: mover su brazo dolía. Siseó. Snape le cogió por la muñeca y volvió a ponerle el brazo descansando sobre el lecho.

­–Déjeme mirar su herida, señor Potter –dijo con cierta rigidez. Para consternación de Harry, le abrió los botones del pijama y luego la camisa, revelando un espeso vendaje blanco en su hombro derecho. Retiró el vendaje con habilidad y evitándole dolor. Harry tuvo una breve visión de su propia piel ennegrecida y amoratada, y de una herida apenas cerrada justo bajo su clavícula. Snape se apartó un momento y cuando volvió llevaba una pequeña botella azul en una mano y una sustancia oleosa en la otra. Empezó a extender el aceite sobre la piel lacerada con aquellos dedos largos y cuidadosos, sin dejarse ni un milímetro de la herida.

Harry contuvo el aliento, momentáneamente descolocado ante lo que ocurría. Sabía que estaba herido, recordaba con perfecta claridad lo ocurrido ayer, pero la realidad de aquella herida le cogió por sorpresa. El recuerdo del virote surgiendo de su hombro era tenue y vago. Pero fue la actitud de Snape la que le confundió más: no podía recordar ni una vez en su trato con el hombre que le hubiese tocado con tanta suavidad. Apenas podía recordar un par de veces que le hubiese sencillamente tocado, y nunca para acariciar su piel de aquella forma. Era extrañamente íntimo, aunque dudaba que hubiese pensado eso si fuese la señora Pomfrey quien lo hiciese. Pero ahí estaba el quid de la cuestión ¿no? Era el trabajo de la señora Pomfrey. ¿Por qué lo estaba haciendo Snape? El dolor, no obstante, estaba remitiendo y el contacto era extrañamente tranquilizador.

Y entonces Snape procedió a vendarle con vendas limpias, a cerrar su pijama botón a botón antes de que Harry pudiese reorganizar sus ideas lo suficiente como para protestar. Un instante más tarde Snape volvía a estar sentado junto a su cama, limpiándose las manos en un paño, y todo había terminado.

La Piedra del MatrimonioWhere stories live. Discover now