Capítulo 76: Los indignos

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Las palabras de Hermione Granger lanzaron a todo el mundo a la acción. De golpe se veían con la posibilidad de hacer algún bien real, así que todos los habitantes del castillo se habían ofrecido voluntarios para ayudar: la señora Bones y los aurores habían vuelto de inmediato al Ministerio para contactar con San Mungo y comenzar los preparativos. Habían prometido que se pondrían en contacto con los gobiernos de todo el mundo, también, para ofrecerles aquella idea si es que a ellos no se les había ocurrido por sí mismos.

Los obstáculos a los que se enfrentaban eran el número limitado de gente capacitada para aquella tarea y los recursos, además del propio tiempo que jugaba en su contra: Remus había tenido razón al indicar la velocidad a la que los durmientes empezarían a morir. Al cabo de una hora de conocer el estado del mundo, los planes ya estaban perfilados para ponerse en práctica.

Sobre la cuestión de a quién se iba a salvar, no hubo problemas en que se pusieran de acuerdo todos. Se concentraron en aquellos muggles que ya estaban en relación al mundo mágico, las familias de media sangré y de los nacidos muggle.

Aquella noche en Hogwarts Albus se dedicó a organizar a los estudiantes para que se ayudaran unos a otros. La escuela tenía muchos estudiantes relacionados con el mundo muggle. Aquellos que sabían aparecerse ayudarían a los más jóvenes a recoger a sus familiares. Partes del castillo ya estaban convertidas en salas de hospital. La mayoría de estudiantes no querían esperar al amanecer para marcharse, ya que estaban desesperadamente preocupados por sus familiares, por los accidentes en que podían haberse visto atrapados... en los que quizás habían muerto.

Severus, debilitado por el drenaje mágico al que se había visto sometido, se quedó junto a Harry mientras el caos estallaba a su alrededor. Su aportación -ya que también deseaba ayudar- fue hacer una lista de pociones que serían necesarias para mantener con vida a los muggles dormidos. Necesitaría la ayuda de sus alumnos más destacados para realizarlas, pues sin duda San Mungo agradecería cualquier excedente que produjeran.

Muchos de los estudiantes de Slytherin, aunque sobre todo Draco, venían regularmente para mantenerle al día de la planificación. Numerosos miembros de la casa quisieran contribuir a la causa, cosa que en un principio podía parecer contradictoria; pero lo cierto es que odiar a los muggles estaba bien mientras se reducía a mera retórica, pero ninguno de ellos había querido acabar con tantas vidas. No pudo menos que notar el frenesí que destilaban aquellos alumnos que vinieron a hablar con él a lo largo de la noche. Todos estaban aún atónitos ante las noticias y empezaban a mostrar lo mucho que les costaba digerir aquello. Estaban aterrados de cara al futuro. Severus no pudo menos que preguntarse qué más debería soportar el mundo antes de que acabara todo.

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Severus se llevó a Harry a pasear por un jardín de rosas. No importaba que Hogwarts no tuviese un jardín semejante, ni que aquellos rosales tan altos recordaran en su aspecto a los del laberinto de rosas que había en las Estancias de Briarwood, allá en el condado de Colina Alta. Sostenía la mano de Harry en la suya y se maravillaba de la sonrisa distendida del joven, en su expresión despreocupada. Soplaba una suave brisa, despeinando los cabellos de Harry y apartándoselos del rostro. No había cicatriz en su pálida frente.

Giraron una esquina y, a través de una abertura, vieron la silueta oscura de la Mansión Snape en una colina lejana. El joven rió ante aquella visión. El sonido de su risa hizo que el corazón de Severus diese un alegre y cálido vuelco.

– ¿Vamos a vivir aquí, Severus? –preguntó Harry. Severus sonrió ante la alegría inocente que había en su rostro. Un enjambre de pétalos de rosa pasó alrededor de ellos al cambiar el viento de dirección.

La Piedra del MatrimonioWhere stories live. Discover now