Capítulo 45: Amaestrando al dragón

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Después de que Harry se fuese a dormir, Severus se quedó sentado junto al fuego durante largo rato. Se alegraba de haber tomado la pócima calmante antes de hablar con el chico puesto que, pese a ella, sus emociones eran caóticas. Aún sentía rabia, pero ya no estaba dirigida hacia el joven al que el destino le había unido. No, ahora se focalizaba de nuevo en los Dursleys, que habían herido tan profundamente al chico que incluso ahora sentía que desear una familia real era algo egoísta.

Algo egoísta, había dicho Harry al expresar el anhelo de que la gentileza que se le dirigiese fuese causada por quién era, más que por qué era, por lo que la vida le hacía ser. Ahora mismo Severus lamentaba profundamente las palabras que había pronunciado aquella mañana, y lo mucho que le había malinterpretado. Si la sonrisa que Harry era indicativa, el chico ya le había perdonado, pero la herida debía seguir ahí, y Severus no sabía cómo sanarla.

¡Merlín, cómo le confundía el chico! No dejaba de desconcertarle. Sin embargo, sentía ahora una cierta esperanza: era obvio que el joven sentía algo por él. También lo era que no tenía la menor idea de qué era lo que sentía exactamente; tampoco Severus lo veía demasiado claro, pero sí que Harry confiaba en él, le estaba agradecido y quería ser importante para él, ser parte de su familia. Y cuando Harry le había sonreído, Severus había sentido cómo su corazón daba un vuelco.

Algún día, se dijo, vería a los Dursleys cara a cara y les obligaría a retorcerse por la vergüenza ante lo que habían hecho. Quería que lamentaran simple gesto egoísta y cruel que hubiesen realizado. Algún día, se prometió, se vengaría más allá de toda maldición que Albus les hubiese lanzado.

Harry se había ido a la cama rápidamente tras la conversación. Severus supuso que ahora estaría profundamente dormido bajo el efecto de la pócima para dormir sin soñar. Él mismo también deseaba dormir y poner el punto final a aquel día tan complicado, pero se resistía a ello: la furia dirigida a los Dursley no era la única emoción que le invadía, el deseo de tocar a Harry no parecía haber remitido, pese a los calmantes.

Se había aferrado a Harry aquella mañana cuando le había visto cerca del hombre lobo salvaje. Había tenido que hacer un esfuerzo para soltarle cuando Albus se lo había ordenado. Y cuando Harry se había asustado creyendo que Lupin había muerto, había sentido auténticas tentaciones de volver a atraparlo entre sus brazos. En vez de ello había puesto la mano sobre sus hombros y había dado gracias internamente porque el chico había aceptado ese contacto.

Lo cierto es que se sentía francamente disgustado consigo mismo. Habitualmente tenía más autocontrol, y no era propio de él sentir deseo por un estudiante. Su amante más reciente había sido un hombre de su edad que había conocido en una conferencia sobre pociones, un joven encantador de cabello rubio llamado André. Antes que él, había habido una mujer de piel oscura, diez años mayor, que le había llevado consigo al Amazonas para buscar ingredientes exóticos para pociones. Aunque siempre había sido el dominante en toda relación, nunca había buscado parejas más jóvenes que él, o tan inocentes como para no saber en qué se metían. Nunca se había sentido celoso o posesivo de sus anteriores amantes; nunca le habían importado lo suficiente. Cuando las cosas habían terminado, los había dejado marchar sin mirar atrás. Y jamás había ido tras alguien tan joven como para no saber lo que deseaba de una relación. Nunca había sido un seductor de vírgenes.

Albus le había dicho que la transferencia no le hacía sentir nada ajeno a él, que sólo amplificaba las emociones que ya poseía. Al parecer, Harry provocaba en él emociones que había tratado de extirpar de su naturaleza: posesividad, celos, deseo de controlar. Todas ellas le parecían fallos de carácter, cosas que recordaba en su padre como motivaciones y que habían resultado altamente destructivas. Le reconfortaba saber que por encima de aquellos oscuros sentimientos prevalecía la necesidad de proteger, pero aquella lujuria que sentía por alguien tan joven e inocente... no sabía qué pensar de ello. Las palabras de Lucius resonaron en su mente: "Hasta ahora no me había percatado de lo atractivo que se ha vuelto el joven... no soy ciego. Siempre he preferido las mujeres, pero el Señor Potter tiene un aura de poder"...

La Piedra del MatrimonioWhere stories live. Discover now