Capítulo 31: Acortando distancias

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Les tomó varias horas llegar hasta su destino. Los hechizos estabilizadores conseguían que el barco navegara fluidamente, y los hechizos protectores detenían la mayor parte del viento y el agua que les azotaba. No obstante, no fue un viaje agradable, sobre todo por la espera que les tenía en un estado de desasosiego creciente.

Iban revisando el mapa a menudo, observando cómo la pequeña imagen de su barco se acercaba más y más a la orilla. Cuando finalmente se aproximaron a ella, ya había pasado la mayor parte de la noche, y la parte oriental del cielo ya estaba tomando esa cualidad lechosa que precede al amanecer. Harry llevaba horas desaparecido; no había forma de saber qué le podía haber sucedido en todo aquel tiempo...

Al llegar a la costa, arrastraron su barca hasta dejarla en un banco rocoso, en el que pudieron ver muchos barcos vikingos atados cerca. Remus fue directo hacia uno de ellos, aferrándose a la proa para impulsarse, saltar la borda y echar un vistazo en el interior. Salió al poco, con los ojos brillantes a la luz del amanecer.

–Harry estuvo en éste –anunció– El olor aún es fuerte –Sirius sonrió. Los sentidos del hombre lobo les llevarían directos hacia el paradero de Harry, ahora que había captado la pista.

Recogieron sus bolsas. Sirius y Severus ataron las espadas a la espalda, mientras que Remus colocaba la maza en equilibrio sobre uno de sus hombros. No muy lejos estaba la primera línea de árboles, con la oscura extensión del bosque aguardando detrás.

–Moveos lo más silenciosamente que podáis –les dijo Snape– Recuerdo haber leído sobre unos seres parecidos a gatos llamados Grendlings, que cazan en manada en estos bosques. Preferiría que no se nos tirasen encima –con estas palabras, los tres se apresuraron a cruzar la playa hacia los árboles, con Remus en cabeza siguiendo el olor de Harry por el bosque.

Sirius calculaba que debían haber recorrido entre siete y ocho kilómetros cuando Remus se detuvo bruscamente, alzando la mano para pedir silencio. Sabiendo como sabían que el hombre lobo podía oír y oler cosas que ellos no captaban siquiera, tanto Sirius como Severus se detuvieron en seco, esperando que les diese alguna señal de aquello que le había llamado la atención. Él olió el aire, con la cara pálida a la creciente luz matutina. Luego volvió rápidamente junto a ellos, y habló en voz baja y suave, con tono ronco.

–Huelo sangre delante de nosotros –les informó– y hay algo que se mueve a lo lejos, al sur. Está bastante lejos, pero manteneos en silencio para no atraer su atención.

Ambos hombres asintieron antes de seguir a Remus, moviéndose cautelosamente entre los árboles. Habían caminado durante largos minutos en silencio absoluto, cuando se dieron de manos a boca con la fuente de toda la sangre que Remus les había mencionado: delante de ellos, en un pequeño claro, había cuerpos de animales grandes, de pelaje negro, cuerpos musculosos y largas garras. Había algo felino en ellos, pero sus cuartos traseros tenían una forma extraña, como si tuviesen la posibilidad de caminar erguidos con la misma facilidad que lo hacían a cuatro patas. El suelo alrededor estaba negro de sangre, y los animales tenían cortes de espadas.

Los tres redoblaron su cautela al avanzar, vigilando al suelo para evitar los charcos de sangre. Remus siseó repentinamente, sorprendido, y se puso en cuclillas para recoger algo que había caído. Sirius miró fijamente, horrorizado, al percatarse de que lo que acababa de coger era una mano humana.

Esto les hizo revisar los cuerpos, temiendo encontrar un cuerpo humano entre aquellos fardos ensangrentados. Remus, no obstante, paró su búsqueda tan rápidamente como la había iniciado, y volvió a avanzar, agarrando a Sirius del brazo y arrastrándolo en dirección a Severus, al que hizo un gesto de apartarse de la sangre. Ni uno ni otro cuestionó su orden, confiando plenamente en su juicio, pero ambos le miraron, esperando que explicara sus motivos. La cara de Remus estaba mortalmente pálida.

La Piedra del MatrimonioOn viuen les histories. Descobreix ara