Capítulo 24: Lecciones de Historia

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Anna Granger estaba de pie, nerviosa, junto a su esposo, Michael. Ambos llevaban bolsas pequeñas cargadas al hombro con lo imprescindible para pasar una noche fuera, y ambos miraban con cierta anticipación el viejo zapato que ocupaba el centro de la mesa. Era un "trasladador", o eso les había explicado Hermione en su carta. El zapato había sido traído aquella misma mañana por un enorme búho marrón que había parecido muy satisfecho de aceptar un trozo de su cecina como pago por el mensaje.

–Entonces, ¿simplemente tenemos que tocarlo? –preguntó Michael inseguro.

–Eso decía Hermione en la carta –asintió Anna. Habían sido invitados a un lugar llamado la Madriguera para Navidad. Estaban ya a veintitrés de diciembre y, según habían acordado, tenían que realizar el viaje un minuto después de las doce. En aquel instante era mediodía. Ambos estaban ansiosos por ver a su hija, y contentos de que finalmente iban a tener tiempo de conocer a la familia que sospechaban que algún día sería la de Hermione, si había que dar crédito a las largas descripciones que daba de Ronald Weasley. Sus cartas siempre eran informativas, detalladas, precisas respecto a los aspectos académicos de su vida y a las noticias del mundo mágico que consideraba que eran importantes para ellos. Hablaba a menudo de Harry, y de su preocupación constante por el pobre chico, pero la forma en que lo hacía siempre resultaba fraternal, mientras que cuando trataba sobre Ron era siempre en lúcidos apartes. Su madre sabía leer entre líneas, conocía el corazón de su hija y hacía mucho que sospechaba que el pelirrojo se lo había robado.

–Bueno, vamos a probar, supongo –suspiró Michael. Nerviosos, alargaron la mano y tocaron el zapato. Un segundo más tarde, Anna notó una sensación de presión y desgarro en el estómago, y antes de que pudiese gritar de sorpresa se encontró lanzada fuera de su hogar en Londres. El mundo pareció desvanecerse y hacerse borroso a su alrededor, y un momento más tarde volvió a enfocarse. Ya no estaban en el mismo lugar.

Anna sufrió una momentánea desorientación al darse cuenta de que se hallaban en un salón de aspecto anticuado con la más inmensa chimenea que jamás hubiese visto, antes de oír el grito de "¡Mamá!" y encontrarse con su hija lanzándose a sus brazos.

Los siguientes diez minutos fueron muy confusos para Anna, que fue presentada a un amplio número de pelirrojos, además de Ron y Harry. Por supuesto, se había encontrado a Arthur y a Molly en varias ocasiones cuando habían ido a comprar con Hermione a comprar en el Callejón Dragón, pero era distinto a estar invitados en su casa.

Respecto a la casa en sí, la lógica indicaba que no debería mantenerse en pie. La arquitectura no parecía nada estable; sobre todo las escaleras no parecían seguir otro dictado que el hecho de que iban "hacia arriba". Las habitaciones en las que dormirían estaban cubiertas de fotos que se movían, y parecían más grandes por dentro que por fuera. Las ventanas, que daban a la fachada y deberían haber mostrado la carretera, mostraban, en cambio, una adorable vista de los acantilados de Moher en Irlanda.

Una vez se instalaron en la habitación y deshicieron la maleta que habían hecho para las dos noches que iban a pasar allí, Anna fue conducida por su hija y por la joven Ginny Weasley a la cocina, donde Molly le preparó una taza de té muy reconfortante, mientras terminaba de preparar la comida para la turba de gente que invadía su casa. Anna contempló asombradísima cómo la mujer dirigía los utensilios de cocina y los alimentos con un toque de varita.

La cocina era cualquier cosa excepto familiar para Anna: sólo reconoció algunos de sus elementos. Su propia cocina estaba equipada con lo más moderno, incluyendo algunos electrodomésticos a los que todavía tenía que encontrar algún uso. Por contraste, la cocina de Molly Weasley parecía sacada de doscientos años atrás. Había incluso un cubo para batir la mantequilla, que daba vueltas sólo a órdenes de Molly. Anna supuso que el resultado debía ser mejor que los cubos procesados que compraba ella en el supermercado. No parecía haber ninguna nevera en la sala. Molly parecía abrir armarios de la alacena al azar y sacar la comida de allí. En un momento dado contenían leche fría, y al siguiente Molly sacaba del mismo lugar una tarta recién hecha. Todo ello resultaba muy desconcertante, como surgido de un sueño.

La Piedra del MatrimonioWhere stories live. Discover now