Capítulo 40: La locura del lobo

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Albus llevó a Remus a la enfermería, dejando al resto de ellos volver a sus respectivos hogares. Severus agradeció poder regresar a las mazmorras: ansiaba poner punto final al día. No es que le apeteciera mucho contarle a Harry lo ocurrido con Remus, pero por Merlín, necesitaba una buena noche de sueño...

Dobby esperaba en el salón, balanceándose adelante y atrás en el sofá y canturreando para sí mismo. Se levantó de un salto en cuanto vio a Severus entrando.

–Dobby ha hecho exactamente lo que el profesor Snape pidió –le informó alegremente– Dobby metió a Harry Potter en la cama y guardó la puerta. ¡Dobby puede hacer cualquier cosa por Harry Potter!

–Gracias, Dobby –Severus asintió y despidió a la criatura. Se dirigió al dormitorio, deteniéndose un momento de camino al baño para echar un vistazo al lecho. Allí estaba Harry durmiendo, con un frasco vacío de su versión de la poción para dormir sin soñar en la mesilla. Satisfecho, Severus se quitó la ropa y se dirigió a darse una ducha rápida.

Pese a su agotamiento, se sentía inquieto y no podía evitar sentir bullir la rabia en su interior a causa de lo que Lucius había hecho. Debería haberle obligado a dar la noticia al hombre lobo en persona... hacerle arriesgar su propio cuello al enfurecer a una criatura oscura. Interponerse entre un hombre lobo y su pareja de elección era una locura. Incluso ahora podía sentir la extraña emoción que había inundado la habitación cuando Lupin había perdido el control. Parecía haber impregnado su propio ser en lo más profundo, y ahora no podía deshacerse de ella.

Pese a la ducha caliente, Severus seguía estando inquieto y molesto. No obstante, sabía que debía intentar dormir si debía estar dispuesto a enfrentarse al día siguiente.

Con un suspiro agotado se acostó junto a Harry, tomándose un instante para contemplar al joven que dormía apaciblemente a su lado. La luz de las velas bailaba sobre sus rasgos. Severus bajó la mirada hacia el pálido cuello del chico. En la camisa de su pijama, varios botones estaban desabrochados y Severus pudo percibir atisbos de las líneas de su pecho.

El chico se removió en sueños y la camisa mostró aún más, descubriendo un pezón. Severus contuvo el aliento, notando como aquel calor incómodo se desplazaba de su pecho hacia zonas más bajas, despertando un deseo súbito y doloroso. Sin pensar, alargó la mano para tocar lo que yacía ante él, dejando que sus dedos se deslizaran por la suave piel de la base del cuello de Harry, antes de bajarlos y rozar aquel pezón. Notó cómo se endurecía por el contacto. Su cuerpo sufría un ansia agónica, su miembro se había endurecido hasta el límite.

Podía probar un poco, se dijo a sí mismo. El chico se había tomado la poción, y si iba con cuidado no despertaría. Podía lamer su piel, quizás incluso paladear la suave curva de sus labios y él no sabría nada. O incluso, si tomaba precauciones y susurraba el hechizo adecuado, podía desnudarle más y ver qué delicias se le habían ocultado. Quizás pudiese descubrirle del todo... tocarle y probarle.

Y aunque el chico despertara... Severus podía hacerle desearle. Estaría adormilado y confuso, sería fácil de seducir con lo hambriento de afecto que estaba. Severus podía hacer que quisiera hacerlo, que le quisiera... ¿y por qué no, después de todo? El chico era suyo, legal, moral y mágicamente. ¿Por qué no tomar lo que le pertenecía, cuando estaba en su derecho? Negárselo era absurdo. ¿Y había algo en el mundo más delicioso que el aroma de su piel cálida? Rozó con los labios la espalda desnuda del chico.

Sólo un poco, se dijo, y dejó que su lengua se deslizara por la piel maravillosamente suave. Suspiró, aspirando aquel olor: suave y dulce como la luz del sol en primavera, cuando su propia vida había sido tan fría y vacía, solo en las mazmorras. Por debajo notaba la magia de Harry, llena de vida y de poder, embriagadora.

La Piedra del MatrimonioWhere stories live. Discover now