Capítulo 21: Serpientes

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Harry no había vuelto a la Cámara de los Secretos desde la noche en que rescatara a Ginny Weasley del recuerdo de Tom Riddle. Tuvo que hacer algunas maniobras extrañas por los viejos y desmoronados pasajes. Cuando por fin se encontró en la cámara central, todo cuanto pudo hacer fue mirar fijamente la carcasa putrefacta del basilisco que casi había acabado con su vida cuatro años atrás. De no haber sido por Fawkes...

La cámara estaba en completo silencio, salvo por el sonido de gotas de agua cayendo a lo lejos. Por el polvo que había en el suelo, se veía que nada había cambiado. Nadie había entrado en aquella sala desde la última vez que había venido; un pensamiento reconfortante. Por supuesto sabía que la Cámara, por muy profundamente enterrada en los cimientos que estuviera, seguía estando dentro de las protecciones del castillo, pero de todas formas era bueno saber que el Señor Oscuro no había estado aquí desde que había resucitado. De hecho, lo más probable es que no hubiese estado aquí desde que fuera estudiante de Hogwarts, hacía unos cincuenta años. Y ahora que el basilisco había muerto, las habitaciones estaban desiertas.

De todas formas se acercó a la gigantesca estatua de Salazar Slytherin nervioso. Ésta se cernía sobre el esqueleto de la bestia que había habitado su interior. Recordaba con demasiada claridad aquella serpiente gigantesca surgiendo de la boca abierta. Tuvo que armarse de coraje para montar sobre su escoba y volar hacia el interior de aquella boca, sin saber qué iba a encontrar allí. No otro basilisco: tenía la casi completa seguridad de que no había más en la Cámara. Por lo que sabía, incluso los basiliscos necesitaban una pareja para anidar. Y pese a que fuese la mascota de Salazar Slytherin, no eran nativos de Inglaterra.

Estaba oscuro. Harry sacó la varita y murmuró un lumus para iluminar su camino. Dentro de la habitación redonda que había más allá del túnel al que daba la boca, encontró un solo portal, intricadamente labrado con diseños de serpientes. Sabía que si empujaba la puerta se la encontraría bloqueada por hechizos imposibles de contrarrestar. Sólo había una forma de entrar, y en aquel momento sólo existían en la tierra dos personas con la habilidad para hacerlo. Harry miró fijamente a las serpientes, concentrándose para hablar con ellas. Luego simplemente dijo:

–Abrid –la palabra surgió de sus labios en el suave silbido de la lengua Parsel. Un segundo después las serpientes cobraron vida, retorciéndose y girando para desplazar el mecanismo que cerraba la entrada. La puerta giró sobre sus goznes en silencio.

Con el corazón acelerado, Harry entró en el siguiente cuarto. Sabía que era la segunda persona en milenios que entraba en la biblioteca privada de Salazar Slytherin, la verdadera Cámara de los Secretos.

No era demasiado grande, pero sí impresionante. Miles de años atrás los libros eran mucho más costosos y preciosos de lo que eran hoy día. Las cuatro paredes de la habitación estaban cubiertas de suelo a techo con estantes. Harry podía sentir los hechizos de protección y preservación que habían mantenido los libros intactos durante siglos. Los que quedaban, por supuesto. Era obvio que faltaban muchos. Aquí y allá había huecos visibles, donde debería haber habido volúmenes. Cincuenta años atrás, el joven Tom Riddle había penetrado en aquel cuarto y se había deleitado con el conocimiento que allí había. Cincuenta años atrás Tom Riddle había hallado allí todos los oscuros secretos que había necesitado desvelar para convertirse en el más poderoso Señor Oscuro existente. A menudo se había preguntado de dónde había sacado aquella sabiduría; él mismo había echado unos cuantos vistazos en la zona restringida de la biblioteca, pero Tom Riddle prometía a sus Mortífagos poderes que no se encontraban allí, ni en ningún otro lado. Tenía que haber una fuente original, un lugar que le había guiado por aquel camino terrible. En aquella Cámara Harry había encontrado su respuesta.

La Piedra del MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora