Capítulo 12: Emplazando culpas

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Había creído que Black se transformaría tan pronto cerrase la puerta. Se había equivocado. Miró bastante molesto cómo el perro se movía por todas las habitaciones, olfateando todo cuando se le ponía a tiro. Severus quería protestar, atar a aquella detestable criatura con un hechizo y detener aquella ruda invasión, pero había tomado su decisión, y no podía volver atrás. Tenía que aceptar las consecuencias. Ojalá acabase pronto.

No obstante, un insulto era apropiado a la situación.

–Méate en algo, Black, y me hago una alfombrilla con tu piel –resopló. El perro gruñó desde la garganta, pero no dejó de olfatear todo. Severus se sentó frente al fuego y se dedicó a contemplar su exploración. El escritorio de Harry recibió una inspección minuciosa, y el perro tuvo la audacia de menear el rabo mientras olía la capa que el chico había dejado colgando del respaldo de la silla. Todo lo demás también fue investigado, y Severus tuvo que admitir que la nariz de Black debía ser extraordinaria, ya que parecía reconocer todo lo que el chico había tocado. Luego procedió a entrar al resto de habitaciones, oliendo el suelo alrededor del laboratorio de pociones antes de erizarse y pasar a otra cosa, como sabiendo que aquel cuarto era dominio de Severus en exclusiva. Salvo por aquella lección espontánea, Harry evitaba su laboratorio.

Su oficina también recibió únicamente un rápido olfateo: rara vez Harry entraba allí, salvo para coger algún pergamino o pluma. La librería, sin embargo, recibió una inspección detallada. Harry leía allí a menudo. Al principio había pedido permiso para leer los libros y tomarlos prestados de vez en cuando. Severus se lo había dado y había seguido con curiosidad los intereses del chico: libros de hechizos, encantamientos, defensa contra las artes oscuras... El chico había tenido la cara de preguntarle una noche por qué no tenía ni un libro de Quidditch. Sorprendentemente, siempre dejaba la librería en las mismas condiciones en las que la encontraba, sin un solo ejemplar fuera de sitio. Excepto la noche que se habían peleado a propósito de las ropas. Severus había oído cómo los libros volaban de los estantes cuando el muchacho se había encerrado allí, furioso, con toda aquella magia incontrolable, instintiva y sin varita. Luego los había recolocado él mismo en su sitio, sin mencionárselo a Harry más.

Y entonces, para gran molestia de Severus, Black se dirigió hacia el dormitorio, empujando la puerta para abrirla con el hocico sin una mirada atrás. Escuchó en silencio, adivinando la conversación que iba a tener lugar de aquí a poco, eso asumiendo que Black no fuese simplemente a por su cuello. Los gruñidos que surgieron del cuarto sugerían que podía haber un cierto grado de violencia, y Severus deslizó la mano hacia su varita, preparándose para sacarlo si era necesario.

Black no salió inmediatamente, registrando el dormitorio por entero antes de regresar al salón. Cuando lo hizo volvía a tener su forma humana, y su rostro tenía una expresión tormentosa. La amenaza y la furia irradiaban de él mientras le contemplaba desde el marco de la puerta.

–Le has forzado a compartir cama –las palabras fueron duras, heladas, y acusadoras. Severus contuvo su genio sólo porque había intuido que aquello iba a empezar así.

–No le he forzado a nada, Black –indicó con voz igual de helada y dura– Es mi compañero vinculado, no mi prisionero. Y si le hubieses dedicado siquiera medio minuto de atención a la idea, te habrías dado cuenta de que ni siquiera Voldemort ha logrado forzar a ese chico a hacer nada que no quisiera.

Algo brilló en los ojos de Black, tal vez sorpresa, pero desapareció igual de rápido que había aparecido.

– ¿Sugieres que él quiere dormir en tu cama? –su tono dejaba claro que pensaba más bien lo contrario.

–No, Black –resopló Severus– Puedo asegurarte que detesta la idea. Lo mismo que yo –Black estrechó la mirada al oír esto, sin darle crédito a esa última afirmación. Pero claro, Severus debía admitir que era una mentira muy pobre: había querido detestar la idea... Pero Potter era demasiado atractivo para que eso fuese posible– Pero ninguno de los dos tenía ni voz ni voto en este asunto –añadió rápidamente– El ministro Fudge nos forzó a ello con sus acciones.

La Piedra del MatrimonioWhere stories live. Discover now