Capítulo 47: Cedo

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Cuando Severus entró en la enfermería junto con Albus y Minerva, vio a Charlie Weasley colocando al inconsciente Draco Malfoy en una de las camas. El pelirrojo movió con suavidad al joven para comprobar si la cadena que sostenía el oro de dragón le había producido algún corte cuando había tratado de quitársela tirando frenéticamente. La piel estaba enrojecida, pero no lacerada. Charlie pasó un dedo con cuidado, como tratando de calmar la irritación.

Aquello tranquilizó mucho a Severus. Puede que Draco no fuese la niña de sus ojos, ya que el chico era un crío arrogante y consentido que tenía todos los números de acabar como su padre, pero seguía siendo un estudiante y, lo más importante, una de sus Serpientes. Severus siempre había sentido la necesidad de cuidar a sus Slytherins ya que tantos otros profesores tendían a ignorarles en favor de otras casas. No pensaba permitir que nadie abusara de uno de sus pupilos.

– ¿Eso es lo que creemos que es? –preguntó Albus, señalando la reluciente pieza de oro rojo de dragón.

–Sí –contestó Charlie, aparentemente satisfecho consigo mismo.

–Obligó a un estudiante a aceptar... –comenzó a decir McGonagall, indignada. Charlie podía no ser un estudiante ya, pero seguía siendo uno de sus Gryffindors. Charlie la cortó, no obstante, antes de que terminara su acusación.

–Nadie puede obligar a nadie a aceptar oro de dragón –le informó– La magia no funciona si no es con consentimiento.

–Imposible –Severus negó con la cabeza– Draco es Slytherin, y un Malfoy. Sabe más que la mayoría de magia oscura. Sabe lo poderosa que es la magia de sangre. Jamás intercambiaría voluntariamente sangre con otro mago.

–De hecho –Charlie le sonrió burlonamente– el ritual exige que se intercambie un "fluido vital". Lo que pasa es que la gente asume automáticamente que tiene que ser sangre.

– ¿Y de qué otra cosa podría tratarse? –Exclamó Minerva– La sangre es... –tartamudeó hasta callarse, como si se le acabara de ocurrir la otra opción. Sus mejillas se sonrojaron ligeramente por la vergüenza. Severus se quedó mirando al joven. Charlie parecía demasiado pagado de sí mismo para malinterpretar sus palabras.

– ¿Lo hiciste? –preguntó. Charlie sonrió:

–Le aseguro que fue con pleno consentimiento.

Severus se dirigió hacia una silla y se dejó caer en ella.

–Su padre te matará.

– ¡Por amor de Merlín, Señor Weasley! –exclamó Minerva, indignada– ¡Pero qué le dio para hacer algo así! -al no recibir respuesta alguna del satisfecho pelirrojo se volvió hacia Dumbledore– ¡Albus, no puedes permitir esto!

–Me temo que no puedo tomar cartas en el asunto, Minerva –respondió Dumbledore, aunque lo cierto es que parecía divertido por ello– Lo hecho, hecho está, y sólo Charlie puede revertirlo. Y creo que la culpa de todo esto es de Lucius Malfoy, si no me equivoco.

–Estabas en la habitación cuando Lupin se volvió salvaje –aclaró Severus, mirando a Charlie con cierta comprensión. No se había percatado de que el joven Weasley sentía algo por Draco, pero por propia experiencia sabía lo mucho que podía ampliarse la más leve chispa de lujuria, hasta descontrolarse por completo. Charlie se encogió de hombros.

–Ni Remus ni Sirius se merecían lo que les estaba ocurriendo. Tampoco Draco. Ahora, los tres están a salvo.

– ¿A salvo? –Protestó Minerva– ¡Le ha arrebatado su humanidad a ese chico! ¿Cómo puede decir que ahora está a salvo?

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