Capítulo 65: En la luna

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Harry se percató de que tenía una extraña pesadez mental mientras iba hacia el gran comedor para desayunar. Se daba cuenta de dónde estaba y hacia dónde iba, y sabía que Sirius y Severus caminaban a su lado, así como Remus y Dumbledore, pero sus pensamientos eran desvaídos, cosa que le pareció extraña. Quizás no había dormido tan bien como creía. No había tomado su poción a causa de la preocupación que sentía por Severus, pero tampoco recordaba haber soñado. Dormir abrazado a Severus había sido una nueva experiencia. Había algo tranquilizador en la sensación de un cuerpo cálido contra el suyo. Lo cierto es que sería tan fácil acostumbrarse a eso...

Sacudió la cabeza, tratando de aclarar la maraña de sus pensamientos. Habían pasado tantas cosas en las últimas veinticuatro horas que no podía menos que creer que aquella mañana también sería complicada. En otras ocasiones se le habían quedado mirando, le habían escudriñado al andar y había salido en los periódicos; pero en ésta, todo parecía distinto, más importante en cierto sentido.

A su lado sintió un gran entusiasmo brotar de Sirius, y se le ocurrió que aquella iba a ser la primera vez en años que Sirius podría entrar en el gran comedor como hombre libre. Debía ser emocionante, ya que la última vez que había podido entrar había sido en su fiesta de despedida de séptimo año. En aquel momento había estado con los padres de Harry. Miró de reojo a su padrino y sonrió cuando éste le guiñó el ojo. Algo bueno había habido en el día anterior: pese a las muertes y al caos, al menos Sirius estaba a salvo ahora.

Había dos hombres altos, armados con espadas y embutidos en cotas de malla ante las puertas del comedor. Por sus ropas y su larga cabellera rubia, Harry dedujo que debían ser parte del grupo que había venido de las Tierras de Invierno. Ambos se irguieron al verle. El más joven intentó contener una sonrisa. Ambos inclinaron sus cabezas ante él y abrieron las dobles puertas. Harry se estremeció: ¿así iban a ser las cosas a partir de ahora...?

El ruido familiar de cientos de estudiantes hablando a la vez llegó a Harry en cuanto puso el pie en el comedor. El silencio cayó segundos después, mientras todos se volvían a ver quién había entrado. Pero más impactante que el silencio fue el hecho de que, inmediatamente, todo el mundo se puso de pie. Era una repetición a gran escala de lo que había pasado aquella mañana al unirse a los demás para tomar el té junto al fuego. No creía que ahora llevarles la bandeja sirviese para nada en esta ocasión.

Una rápida ojeada a la sala le mostró diversos tipos de reacciones. Todos los Gryffindor sonreían con un punto socarrón. Ron parecía a punto de reventar de ganas de decir algo. Los Ravenclaw parecían inmensamente intrigados, divididos entre mirar fijamente a Harry y observar a todo el resto de los presentes. Los Hufflepuff estaban sonrojándose... ¿era posible que una Casa entera se sonrojara al unísono? Y los Slytherin parecían pensativos, como si estuviesen analizando la situación desde un ángulo que Harry no quería ni plantearse. Incluso los profesores se habían levantado, aunque Hagrid sonreía de oreja a oreja.

Notó una mano que se posaba en su espalda y, al alzar la mirada, se encontró a Dumbledore mirándole con amabilidad.

–Quizás debieras decir unas palabras, Harry, para dejar las cosas claras de aquí en adelante –sugirió el anciano. ¿Dejar las cosas claras? Harry no sabía muy bien a qué se refería, pero asintió y devolvió la mirada a los chicos y chicas con los que había asistido a la escuela desde hacía seis años. ¿Cómo diablos lograba meterse en aquel tipo de situaciones? Había días en que no valía la pena levantarse...

Y entonces le vinieron a la cabeza las palabras que necesitaba.

–Me conocéis –les dijo– Sabéis quién soy. Pensad cómo me debo estar sintiendo ahora, y preguntaos a vosotros mismos qué deberíais estar haciendo.

La Piedra del MatrimonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora