21

4.8K 284 12
                                    

Emma

Voy a la habitación sentándome en la cama. Respiro hondo cuando lo veo entrar con un par de copas y un bote de helado de galleta.

—¿Lista pequeña? —Me mira y asiento.

—Si, señor. —Digo mordiéndome el labio. Sonríe.

—Quítate mi camisa, te quiero sin nada puesto. —Dice y acomoda las cosas en la mesita de alado de la cama.

Obedezco, me deshago de la camisa y me quedo desnuda viendo como abre su maleta sacando de ella varias corbatas. Camina a mi y acaricia mis mejillas.

—De pie, pequeña. —Dice. Me pongo de pie y nuestras miradas se conectan dando inicio a un beso cargado de deseo. Me separo cuando me empuja a la cama poniéndose encima de mi. Me toma por ambas manos y las ata con la corbata poniéndolas encima de mi cabeza. —Las bajas de ahí y dejaré ese trasero tan rojo que no podrás sentarte en días. —Susurra sobre mis labios rozándolos.

—No las bajaré, señor. —Lo miro atenta y me sonríe.

—Amo esos ojos pequeña, pero, esto te gustará. —Me nubla la vista con la corbata y se quita de encima de mi. Respiro agitada y me mantengo expectante con las manos sobre mi cabeza.

Siento como me toma por un tobillo y lo ata con la corbata en la cama, separa mis piernas y hace lo mismo con el otro tobillo inmovilizándome las piernas.

—¿Sabes la perfecta vista que tengo ahora de tu coño? —Lo escucho con la voz ronca. —¿Tienes idea de lo que voy a hacer ahora mi amor? Voy a disfrutar de mis dos postres favoritos, mi helado de galletas y tu piel. —Gruñe. En instantes siento lo frío del helado caer por mis senos, la sensación es indescriptible, arqueo la espalda y quiero bajar las manos ganándome un azote en mi clítoris. —Dije que quiero esas manos arriba. —Dice.

—Lo siento señor. —Digo respirando rápido. Siento su lengua lamer el helado de mis pezones, disfruta hacerlo mientras yo disfruto de lo exquisito que se siente. Gimo cuando coloca helado en mi otro pezón y lo chupa con destreza haciendo que mi sexo se humedezca con rapidez y en abundancia.

—Esto está más exquisito de lo normal. —Gruñe y siento como va dejando un camino de helado con la cuchara desde mis senos, pasando por mi abdomen hasta llegar a mi monte de venus. Me tenso cuando recorre con la lengua el camino que dejó con el helado, lame mis senos succionando mis pezones, mordisqueándolos, me arranca gemidos mientras su lengua lame todo rastro de helado de galletas. —Mi parte favorita. —Dice con la voz ronca, su lengua se desliza por mi sexo haciéndome arder en placer. Gimo luchando conmigo misma por no bajar mis manos y las piernas me tiemblan cuando separa mis pliegues lamiendo mi humedad, le da atención a mi clítoris y me hace gemir cuando tira de él con sus dientes. —Estás tan empapada pequeña. —Gruñe chupando cada gota de los jugos que el provocó. Intento no retorcer las piernas, no podía debido a las ataduras. Henry si que era todo un experto con los nudos.

—Quíteme la venda, señor. —Gimo y ríe.

—No, pequeña. —Dice con la voz autoritaria. Escucho como se baja los pantalones y desata mis tobillos de la cama. Se encaja entre mis piernas y lo rodeo con ellas sintiendo como empuja llenándome con su gran tamaño. Gimo con cada estocada, cada vez más profunda, cada vez más ruda, mas dura.

—Quíteme la venda, señor. —Suplico, deseosa de ver como me hace suya.

—No pequeña. —Gruñe besándome el cuello. —Y más te vale que dejes esas manos quietas, si no, verás como voy a marcar ese culo. —Susurra mordiéndome la oreja penetrándome con más fuerza. No me da tregua, me coge con rudeza, besa cada parte de mi y me da unos minutos de descanso para volverme a tomar hasta que el amanecer llega.

Despierto en su pecho relajada, después del sexo, Henry y yo tomamos una ducha en la que se dedico a masajearme el cuerpo, a mimarme, a llenarme de besos.

Henry tenía el don de hacer que me enamore más y más de él cada vez.

Lo veo dormir y sonrío, ahora era yo quien quería consentirlo, así que me levanto con cautela y me coloco su camisa saliendo de la habitación. Le haría el desayuno.

Tomo algunas frutas y las corto en trozos pequeños. Exprimo un par de naranjas para hacer zumo y le hago unos huevos estrellados con tocino y pancakes. Pongo la mesa y sirvo dos platos y sonrío cuando sus brazos me rodean.

—Que delicioso aroma... y el del desayuno también. —Besa mi cuello.

—Buenos días, mi amor. —Digo.

—Buenos días, preciosa. —Me voltea a él y besa mis labios con suavidad. —¿Cómo dormiste anoche? —Jala una silla para que me siente y besa mi frente sentándose en la que está a un lado de mí.

—De maravilla. —Digo y llevo un trozo de comida a la boca. —Tenemos que desayunar rápido porque hoy quedamos de pasar el día con mi suegra. —Digo y Henry sonríe mientras come.

—"Mi suegra", ¿sabes como me hace sentir eso? —Me mira. —Emma, te amo. —Dice y sonrío.

—Y yo también te amo a ti. Oye... quería preguntar... ¿Por qué no nos llevamos a mi suegra a Seattle? Vive sola. En tu casa estará mejor. Te tendrá a ti. —Digo.

—Le he dicho eso muchas veces y siempre me dice que no. Ya se acostumbro a Italia y si lo que te preocupa es que esté sola, no lo está. Alessandro y Alessandra la van a visitar casi todos los días, la tienen como a una madre. —Dice.

—Mmmm. —Me llevo un trozo de fruta a la boca. —"Alessandra" —Lo imito y ríe.

—¿Esos son celos? —Ríe.

—Esa mujer en su mansión me insinuó que tuvo un pasado contigo. Y se que es pasado pero no puedo evitar sentirme celosa. —El ríe.

—¿Quieres saberlo? —Me mira y asiento. El exhala. —Follamos tres veces cuando vine a Italia, venía ebrio y ella siempre me recibía desnuda en su auto. —Ruedo los ojos.

—Ya mejor no me digas. —Digo comiéndome otro trozo de fruta.

—Tu preguntaste.

—Si, pero ya no quiero saber. —Digo.

—Bien... pero solo voy a recalcar que ni ella ni nadie significa lo que tu en mi vida. Te amo Emma y es algo que estoy haciendo por primera vez. —Me toma del mentón. —Te amo Emma Ridley y eso jamás cambiará. Eres la mujer de mi vida. —Me mira a los ojos.

—¿Qué hice para merecerte Henry Adams? —Beso sus labios sintiéndolo sonreír.

Terminamos el desayuno y Henry se quita la playera.

—Tomaré una ducha antes de que nos vayamos por mi madre, ¿vienes? —Me sonríe.

—Te alcanzo en un minuto. —Beso sus mejillas.

—Pero no demores. —Dice y asiento. Lo veo irse y sonrío, sacando mi teléfono para decirle a Bart que estoy bien. Pero, me encuentro con un par de mensajes que me ponen inquieta. No se que pensar, no se lo que me hacen sentir cuando veo el nombre del remitente.

Respiro hondo y tomo el valor para abrir el mensaje.

NUESTRO INFIERNO I || OFICIALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora