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La noche había caído en Hogwarts, atrayendo consigo el silencio característico de la madrugada, parecía no haber nadie despierto en esa noche en particular, excepto por el inquieto azabache recostado en el sillón de su sala común disfrutando de los últimos destellos del fuego en la chimenea.

Sirius Black repasaba mentalmente todos los acontecimientos de esa pequeña exploración en el Lago Negro que había tenido lugar días antes, sonriendo al recordar las expresiones de sus amigos cuando les contó a dónde había desaparecido toda esa tarde, pensando en el rostro emocionado de James (el cual había pedido acompañarlos en caso de que volvieran a hacer algo como eso), el gesto reprobatorio de Remus y la indiferencia que se aparecía en los ojos del más pequeño cada vez que el nombre de la bruja salía a rebosar. Pero luego, sus memorias lo arrastraron horas antes de ese mismo día, a la conversación que había mantenido con la bruja en la Sala que viene y va, estaba teniendo problemas para procesarla.

El ojigrís aún sentía un escalofrío recorrerlo tan solo pensar en el libro de tapas negras y moradas en las manos de la rubia, al recordar el título sombrío de este, pero la parte que más le inquietaba no era solo la lectura notablemente oscura de la bruja, sino los pensamientos que ella tenía al respecto de la misma y del otro tema que habían tratado.

Sirius no podía evitar pensar una y mil veces en la misma afirmación, que, luego de la conversación con la rubia, se había deformado hasta convertirse en una pregunta.

¿Matar siempre estaba mal?

Ni siquiera quería dedicarle mayor pensamiento a esa interrogante, pues tenía miedo de a dónde podrían llevarlo sus propias conclusiones.

–¿Sirius?

La interrupción repentina de una nueva voz dentro de la habitación lo hizo brincar al grado de casi terminar cayendo del sillón en el que estaba recostado.

–Demonios Lunático, casi me matas del maldito susto –reclamó el azabache, reacomodándose en el sillón, incorporándose para observar a su amigo que se abría paso lentamente hasta él.

–¿Qué haces despierto? –interrogó el castaño una vez quedó frente a frente con el mago de sonrisa traviesa.

–No podía dormí –admitió este–, ¿y tú?

–Olvidé hacer el ensayo de Pociones –se justificó Remus, caminando hacia uno de los escritorios en la orilla de la sala.

Remus Lupin era, sin duda alguna, el más cumplido y disciplinado de los cuatro Merodeadores, sin embargo, habían ocasiones (especialmente cerca de la luna llena) cuando al licántropo se le olvidaba una que otra de sus responsabilidades. A pesar de que James y Sirius solían repartirse buena parte de las tareas del castaño (ignorando las constantes protestas de Remus sobre eso) para ayudarle en esos días, había algunas veces en las que de los tres magos no se hacía uno, como en esa.

–Creí que Cornamenta iba a hacer ese –comentó Sirius, acercándose al chico de las cicatrices pare sentarse junto a él.

–Sabes que no tienen que repartirse mis tareas, Sirius.

–Lo sabemos, pero lo hacemos porque eres nuestro amigo y queremos ayudarte.

Remus Lupin podía afirmar que Sirius y James actuaban como idiotas buena parte del tiempo, que eran desastrosos y siempre terminaban enrollándolo en los problemas, pero el chico jamás llegaría a entender qué era lo que había hecho para ganarse a amigos como ellos. A pesar de sus fallas, Remus no los cambiaría nunca, por nada en el mundo.

El lobo sonrió levemente, conmovido por las palabras sinceras del azabache e ignorando el dolor que martilleaba su cabeza, comenzó a trabajar.

–Hablemos de algo verdaderamente importante –dijo el castaño, poniendo a un lado sus libros y pergamino luego de unos minutos de haber empezado a redactar el ensayo–, ¿qué sucede contigo?

Traitors-(Sirius Black) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora