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Regulus Black se había prometido a sí mismo no mencionar ni una sola palabra al respecto. Había firmado un contrato personal obligándose a guardar silencio y la compostura, porque sabía lo que podría desencadenar de no hacerlo. Sabía las consecuencias de sus acciones. Pero, cuando su hermano mayor lo había abordado esa tarde, por primera vez en mucho tiempo hablándole de manera frontal y directa, reconociendo la existencia del bando en el que él pertenecía, ofreciéndole una salida que, en el fondo, Regulus deseaba, la realidad cayó sobre sus hombros, despertándolo como el agua fría por las mañanas, haciéndolo aterrizar en el mundo real en el que todos vivían, donde el tiempo sigue su curso a pesar de los deseos personales y las personas están obligadas a tomar decisiones. Un mundo del cual Regulus tenía miedo.

No logró mantener la farsa de la compostura mucho más tiempo luego de eso, ahogándose en sus propios temores y expectativas, arrastrando con él, sin quererlo, a las personas a su alrededor.

Aylin estaba cansada de la actitud borde que el menor de los hermanos Black había adquirido al estar con ella, sin entender qué era lo que había sucedido entre ellos.

Todo había comenzado días atrás, desde la tarde que habían pasado juntos en presencia de dos de los cuatro Merodeadores, entre el olor a chocolate de las cocinas y el calor de la chimenea, pero, a pesar de ser muy consciente de cuándo había comenzado todo, la bruja era incapaz de determinar la razón que había desencadenado la actitud distante de Regulus.

Era miércoles y, como cada semana, el grupo de futuros mortífagos había sido obligado a reunirse en la habitación de los magos. La tensión era más palpable que nunca, casi podían sentirse las chispas que electrificaban el ambiente al estar presentes los siete representantes del mago tenebroso.

En cuerpo, Aylin se encontraba ahí, observando con atención la manera en la que Dolohov vociferaba órdenes y trazaba cuidadosamente planes, repartiendo tareas y recordándole a cada uno el papel que le tocaba desempeñar. Cuando sus oscuros y fríos ojos se posaron sobre los verduzcos orbes de Aylin, interrogándola sobre su parte a cumplir, ella había asentido con seguridad, diciendo lo que sabía que él querría escuchar, con tanta convicción que, por un momento, se convenció hasta a ella misma de que decía la verdad. Su mente flotaba en la imagen de lo que ella quería en su futuro.

Nadie cuestionó su lealtad esa noche, nadie dudó de la seguridad de sus palabras o la convicción de su mirada. Nadie excepto Regulus Black.

Regulus no se había presentado en el desayuno esa mañana, había mandado a avisar a la bruja a través de un indiferente Severus Snape, que esa mañana el menor no bajaría, pues tenía tareas pendientes que realizar. Aylin, sabiendo que aquel no era más que un pretexto, decidió darle al ojiazul el espacio que, involuntariamente, estaba pidiendo, a pesar de que cada parte de su mente le gritaba que regresara hasta el dormitorio de él y resolvieran las cosas.

La bruja terminó caminando hacia el Gran Comedor en compañía del mago de ojos zafiros que había estado distanciado de ella desde el enfrentamiento que este había tenido con Regulus semanas atrás. Charlaron como si no hubiese sucedido nada entre ellos, como los amigos que solían ser. Aylin se prometió regresar a la habitación de Regulus más tarde y no abandonarla hasta que todo entre ellos quedase resuelto.

El correo había llegado como todas las mañanas, y, al igual que todos los días, Aylin no recibió ni una carta, sin embargo, se sorprendió al notar la cantidad de cartas que la prolija y siempre bien cuidada lechuza de su amigo azabache cargaba en su pico. A pesar de su natural desagrado por las lechuzas, la rubia terminó llamando a la mascota recibiendo por él su correo, dándose cuenta de que había recibido el pretexto perfecto para encontrarse con Regulus. Se disculpó con Evan, sonriéndole armoniosamente, para después partir a la habitación del mago.

Traitors-(Sirius Black) [EDITANDO]Where stories live. Discover now