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Frío, calando hasta sus huesos.

Agua, inundando sus pulmones.

Emergió entre las olas de un mar salvaje que amenazaba con arrastrarla al fondo y congelarla en el proceso. Apenas logró llegar a la superficie, una ola la arrastró de nuevo hacia abajo. Todo era sombras en el fondo.

Cerró los ojos, obligándose a concentrarse e ignorar los calambres que comenzaban a trepar por sus piernas, tomó su varita con fuerza, creó un casco-burbuja y nadó por debajo de la superficie hasta la entrada de la cueva.

Kreacher la miró con desagrado cuando finalmente se desplomó en la boca de la cueva. Aylin comenzaba a arrepentirse de no haber robado al amable elfo doméstico de la casa de los Malfoy, segura de que él jamás la hubiese observado de esa manera, porque, para empezar, ese otro elfo no la hubiese dejado aparecer en el mar en vez de en la boca de la cueva.

Maldijo en voz baja su propia estupidez.

Poco a poco, comenzó a volver a sentir su cuerpo, sus piernas, sus dedos, su rostro. Sus pulmones ardían con los restos de agua salada aún nadando dentro ellos. Tosió con fuerza, sabiendo que tenía que incorporase, aunque el frío la invitara a no moverse, aunque el suelo incómodo y rugoso pareciera mejor opción que adentrarse a la oscuridad de la cueva frente a ella.

Con trabajos, se incorporó.

Kreacher no se acercó a ayudarla.

Secó sus ropas, esperando que el calor volviera a recorrerla pronto, pues el sonido de sus dientes castañeando en el silencio era suficiente para erizar sus cabellos.

La poca luz que se colaba desde la entrada de la cueva era suficiente para permitirle a Aylin no tropezar en el terreno irregular. Avanzó hasta el otro extremo, ahí donde las paredes de la cueva colisionaban cerrando el espacio en una cámara esperando a ser abierta. Dumbledore le había hablado sobre eso, le había explicando qué era lo que tenía que hacer a continuación, claro que eso no hacía que la idea le gustara ni un poco.

Le hubiese gustado poder usar a Kreacher para eso.

Sacó una fina navaja, regalo de Julius Smith, o bueno, del cadáver de Julius Smith, un pequeño trofeo de su pequeña venganza y con su filosa punta, trazó un camino sobre la palma de su mano.

Sangre, espesa, oscura, letal.

Recargó su palma en la pared.

El silencio fue roto por el sonido de las piedras desbordándose frente a ellos, abriendo una puerta que no había estado ahí antes. Del otro lado, oscuridad.

Aylin se preguntó cómo era que Albus Dumbledore siempre parecía tener la razón sobre todo.

La bruja encendió la punta de su varita, logrando así poder ver más allá  de su nariz. El suelo debajo de ella había cambiado, pues lo que antes era roca, sólida y rugosa ahora parecía cristal, prismático, mágico. Un escalofrío la recorrió, tenía un mal presentimiento.

A unos metros una balsa flotaba en el aire, o al menos eso parecía, pues cuando la rubia se acercó más hacia esta se dio cuenta de que no flotaba en el aire, sino en el agua.

Un lago yacía frente a ellos. Aylin no estaba segura si este estaba tan cristalino que le permitía observar el fondo negro de la cueva o si este era tan oscuro que reflejaba el techo sobre de ella. De cualquier manera, podía sentir la magia irradiando de este.

El silencio era tan espeso que sus ligeros pasos retumbaban en la caverna acompasándose con sus latidos acelerados. Cautelosa, avanzó hasta la balsa, cuidándose de no acercarse a la orilla, pues de caer dentro del lago no podía estar segura si lograría salir de vuelta a la superficie.

Traitors-(Sirius Black) [EDITANDO]Where stories live. Discover now