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Cuando Aylin reconoció las puntas de los árboles a su alrededor, supo que había muerto.

La luz se colaba por entre sus pestañas, iluminando las orillas de su visión. El canto de unos pájaros se escuchaba a lo lejos, armonizando con el silencio. Todo era paz.

Por un instante creyó que estaba de vuelta en Hogwarts, que se había quedado dormida en el Bosque Prohibido y todo lo que había sucedido no había sido nada más que un sueño. Creyó que se enderezaría y a lo lejos podría ver el enorme castillo saludándola, dándole la bienvenida al mundo real, pero cuando se enderezó no pudo ver nada más que árboles. Grandes, antiguos, mágicos. Árboles que no pertenecían a ese continente. Árboles de un planeta que ahora parecía extraño.

Buscó el pánico que sabía que debía estar sintiendo, el miedo, la ansiedad de estar perdiendo la cordura, no había ni el mínimo rastro de ninguno de ellos.

Todo era paz.

Escuchó ecos de risas entre los árboles, voces melodiosas que se entrelazaban entre sí. Risas llenas de vida, de gozo. Se sentían tan lejanas y tan cercanas al mismo tiempo, tan vigorizantes y tan fuera de lugar. Se sentían como una invitación, llamándola.

A unos metros de ella, humo decoraba el cielo. Olía a pan horneándose, a leña. Olía a su hogar.

Se puso de pie, corriendo en busca de las voces. No había dolor.

Recorrió el camino que durante años había conocido, ahora más verde, más vivo de lo que lo recordaba. Las hojas de los árboles danzaban sobre su cabeza, entonando una melodía que solo ella conocía. Cantó con ellos, riendo, permitiéndole al aire enredarse en su cabello, sintiendo el oxígeno abastecer sus pulmones. Se sentía viva, más de lo que se había sentido en meses.

Saltó y danzó, pisando las hojas caídas de los árboles, regocijándose en el placentero crujido que resonaba con cada paso que daba. Rió con las otras voces, rió en la misma melodía.

Finalmente, el bosque abrió paso a un claro. Sintió su corazón achicarse con la vista.

En medio del claro una pequeña casa de madera yacía. El humo brotando de su chimenea la hacía saber que había alguien en casa. Aylin no había estado ahí en mucho tiempo, más del que era capaz de recordar.

Se congeló en su sitio. La orillas de su visión brillaban, todo era dorado bajo la luz del atardecer. Música brotaba desde el interior de la casa, dos siluetas entrelazadas bailaban al ritmo de la melodía. El sonido de sus voces tarareando acarició su mejilla, arrancando la lágrima que inconscientemente había derramado, hasta asentarse en su pecho. Hogar. Su hogar.

Las risas volvieron, arropándola, llamándola, rodeándola hasta seguir por su camino, dos siluetas las acompañaban. Siluetas que creía jamás volvería a ver juntas, siluetas de una vida que se había quedado estancada en esa casa de verano. Las vio correr y jugar juntas, así como muchas veces habían hecho, las vio reír hasta desfallecer en el suelo y señalar al cielo buscando figuras en las nubes. Recuerdos.

Las observó hasta que se perdieron entre los linderos del bosque. Bien podían haber pasado años o solo un par de segundos, Aylin no lo sabía, lo único que sabía era que su pecho se sentía lleno y de sus ojos la dicha más pura se derramaba por entre sus pestañas. No se atrevía a parpadear, pues temía que al cerrar los ojos, la imagen frente a ella se esfumara, como el humo de la chimenea desapareciendo en el cielo.

—El verano siempre fue mi estación favorita.

Aylin respingó en su sitio, girándose.

Jericho estaba frente a ella.

Traitors-(Sirius Black) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora