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3 de noviembre de 1978

Cuando el motor de un auto rugió en la calle, Sirius ya estaba despierto.

Sintió el peso de alguien más junto a él en la cama y se giró para observar su espalda desnuda. Sabía que había hecho mal, que aquella rubia cabellera que caía en rizos no pertenecía ahí, que hacía algo incorrecto cuando durante toda la noche solo había deseado que otros labios pronunciaran su nombre, que otras manos recorrieran su cuerpo. Sabía que había hecho mal porque él jamás podría mirar esos ojos azules de la misma manera en la que estos lo miraban a él. Porque a pesar de los meses que habían transcurrido, solo habían unos ojos fijos en su memoria, solo había una presencia que quería sentir en su cama, que quería hacer suya todas las noches y esa no era la de la rubia a su lado.

Suspiró, frustrado consigo mismo, molesto por no poder dejar de pensar en la constelación de lunares que decoraban aquellos hombros, en lo enigmático de su sonrisa, en el sonido de su voz. Quería poder odiarla porque, tal vez así, sería más fácil olvidarla.

Abandonó la cama, pues se sentía como un extraño en su propio hogar. Vagó por su pequeño departamento, observando los pobres esfuerzos que había hecho Remus para dejar el lugar relativamente presentable, luego de la fiesta de cumpleaños que él y sus otros tres amigos le habían preparado. Se había sentido como en los viejos tiempos, aquellos donde sus mayores preocupaciones era que McGonagall no los atrapara haciendo una broma o ganar la copa de quidditch, cuando no eran más que niños escondidos detrás de una capa que los hacía invisibles y todo era más sencillo. No quedaba nada de esos tiempos.

Sonrió al recordar como tan solo un año atrás en su cumpleaños, James había abusado del whisky de fuego al grado que había terminado coqueteando con la Señora Gorda y cómo Remus había bailado sobre una de las mesas de lo que alguna vez fue su Sala Común, incluso el retraído Peter se había atrevido a hablar con una bruja esa ocasión. Había reído toda la noche, él y ellos, todos juntos, entre sorbos de la bebida y humo de cigarrillo. Ese sería siempre su cumpleaños favorito.

Ahora, poco placer había hallado en practicar aquellas viejas tradiciones, pues no quedaba demasiado de ese Sirius. Aquel que encontraba risas entre los tragos de whisky y nunca decía que no a escaparse en brazos de alguna bruja, el chico que siempre tenía una sonrisa traviesa en su rostro y una mirada arrogante. No quedaba mucho más del niño que había sido, la guerra se había encargado de eso.

Un motor rugió de nuevo, interrumpiendo la quietud de la noche, era demasiado tarde o demasiado temprano para que hubiese alguien en la calle a esas horas. Curioso como era, regresó hasta la habitación a mirar por la ventana, tratando de observar al muggle que llegaba apenas a su casa, pero no pudo ver mucho más allá que su propio reflejo en el cristal, pues no había ni una luz encendida en la calle.

Cualquier rastro de sueño que permaneciera en él había desaparecido, al notar la penumbra fuera de su apartamento. Sabiendo que aquello no era normal y temiendo por primera vez en la noche del silencio que cargaba la atmósfera, corrió por su varita, sin atreverse a hacer ruido alguno, mirando fijamente hacia el exterior.

Sirius Black no esperaba que nadie lo mirase de regreso.

Ahí, en medio del pequeño jardín de su edificio, una oscura figura estaba erguida, tan quieta que de no haber sido por el vaho que escapaba por entre sus labios en el frío de la noche, él jamás la hubiese distinguido.

Por un breve instante, se observaron a la distancia. Sirius sabía que debía dar alarma, que debía preparase para atacar o alertar a su compañera en la cama, pero no se atrevió a moverse. Había algo en la sombría silueta que lo retenía de hacerlo, que lo mantuvo fijo en su lugar, que lo hizo no poder despegar sus grises ojos de ella. Luego, el breve instante terminó y la sombra echó a correr.

Traitors-(Sirius Black) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora